SIEMPRE FUIMOS GLOBALES                                                   39

 
SIEMPRE  FUIMOS  GLOBALES*

 

 

Gustavo Lins Ribeiro

Cátedra Ángel Palerm, Departamento de Antropología Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México

Académico Distinguido, Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, Universidad Iberoamericana, México

 

RECIBIDO: 1º DE DICIEMBRE DE 2015; ACEPTADO: 4 DE MARZO DE 2016

 

Resumen: América Latina está en la raíz de la formación del sistema mundo. La centralidad de la región en la globalización es explotada por medio de sus encuentros coloniales para- digmáticos y su vínculos históricos y contemporáneos con distintos procesos de circulación de personas, mercancías e información. Es una contribución a los estudios latinoamericanos de la globalización.

 

Palabras clave: América Latina, globalización, sistema mundo, colonialismo.

 

Abstract:. Latin America is at the roots of the making of the world system. I explore the cen- trality of the region in globalization by means of its paradigmatic colonial encounters and its historical and contemporary links with different processes of circulation of people, com- modities and information. It is a contribution to Latin American studies of globalization.

 

Key words: Latina American, Globalization, World system, Colonialism.

 

 

 

* Agradezco a Celia del Palacio Montiel, de la Universidad Veracruzana, por la traducción de este texto que fue una Conferencia Magistral impartida en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la UV, en Xalapa, el 22 de octubre de 2015.


 

La gran transformación que causó Cristóbal Colón con su llegada al “Nuevo mundo”, fue el inicio de un proceso histórico de integración global completamente nuevo. Desde ese momento, el punto cero del sistema mundo fue la desemboca- dura del río Orinoco, en la costa norte de la actual América del Sur. Colón, quien llegó al Orinoco en su tercer viaje de búsqueda de las Indias, consideró que un río de ese tamaño tenía que ser una parte de un continente, más que de una isla grande que podría ser circunnavegada. A partir de entonces se creó un verdadero nuevo mundo para los habitantes de todos los rincones del planeta. Le siguieron nuevas interconexiones y flujos de personas, bienes e información. Todos los con- tinentes pasaron a estar progresivamente interrelacionados (Wolf, 1982, describe este proceso). Pronto emergerían cambios económicos, demográficos, biológicos, culturales y políticos. “América Latina”, como la llamamos hoy, está en la raíz del proceso globalizador causado por la expansión del capitalismo europeo.

España y Portugal, cuyo papel en la creación del moderno mundo eurocéntri- co es frecuentemente olvidado o subestimado por los recuentos anglosajones, de manera progresiva explotaron y dominaron vastas regiones territoriales. Ahí, se desenvolvería la más grande y persistente invasión de territorios indígenas, dirigida desde unos pocos centros de poder y motivada por dos ideales, riqueza y religión, y por un racismo que aseguraba la superioridad de los conquistadores frente a los indígenas. El precio del colonialismo sería pagado por una enorme y diversa po- blación nativa cuyos miembros, viviendo en circunstancias distintas, producirían situaciones coloniales diversas. Los encuentros con los imperios Azteca o Inca fue- ron diferentes de aquéllos con las tribus de cazadores y recolectores de las tierras bajas de Sudamérica (Olsen, 1951). Las enfermedades introducidas por los euro- peos causaron la muerte de manera multitudinaria y las incursiones militares, económicas y religiosas de los españoles y portugueses produjeron, más allá de cualquier duda, muchas de las más grandes tragedias de la historia. La tragedia solo empeoraría con la migración forzada de millones de esclavos africanos y ese terror conduciría a más mezclas e hibridaciones.

Lo que ocurrió en México y Brasil son ejemplos primordiales del encuentro colonial que se volverían íconos de los dilemas de las formaciones nacionales sub- secuentes. En el escenario azteca/español, Moctezuma y Cortés fueron los actores principales; en el escenario tupinambá/portugués, lo fueron el explorador Pero Vaz de Caminha frente a indígenas anónimos. Las señales de cada escenario pare- cen opuestas: traiciones y muertes en México, seducción y fascinación en Brasil. De hecho, ellas condensan características del colonialismo, el modo de intervención y explotación que constituye el pecado original del Nuevo Mundo, un pecado difícil de perdonar, incluso después de doscientos años de nominalmente extinto. Hasta el día de hoy, los intelectuales latinoamericanos siguen inmersos en la discusión sobre las herencias estructurales del periodo colonial (Quijano, 1993).


 

La masacre perpetrada por Cortés en su camino hacia Tenochtitlán —la pode- rosa capital azteca que luego se convirtió en la capital colonial de la Nueva España y después en la capital nacional de México—, y el encuentro de Cortés con Mocte- zuma, engendraron la triste sinécdoque del choque español/azteca y su transfor- mación en situación colonial. Conquistar un imperio no es fácil, pero es todavía más difícil cuando su poder está concentrado en la que era una de las ciudades más grandes del mundo. La proeza militar y política de Cortés, quien supo mani- pular las divisiones internas del imperio, va de la mano con su traición infame. Moctezuma, el emperador azteca esperaba negociar con el conquistador y, aún siendo su anfitrión, pagó con la vida.

El escenario que he delineado brevemente, resume mucho de la historia colo- nial. Demuestra cómo la violencia imperial se ejerce a través de la superioridad militar y tecnológica, a través de la impostura, la indecisión por parte de los con- quistados, inseguros de su propio destino de cara a un invasor poderoso. Este esce- nario nos muestra cómo los miembros de las elites indígenas, de acuerdo con sus propios intereses y visiones, pueden ser víctimas del engaño en las manos de los forasteros arrogantes, ambiciosos y audaces, convencidos de su rol civilizatorio superior. Este escenario indica además una objetividad de dichos procesos como si el colonialismo también fuera un huevo de la serpiente que, más allá de los deseos de sus participantes, estableciera la prepotencia y la sumisión. La tragedia mocte- zumiana es la piedra angular de la práctica y del significado de la violencia en el colonialismo. Muchos conquistadores/conquistados vendrían después de Cortés y de Moctezuma, atrapados en una dialéctica perversa que afecta a todos los corazo- nes y mentes.

A veces fantaseo que el encuentro entre Moctezuma y Cortés pudo haber tenido otro resultado que llevaría a un México con el náhuatl como lengua nacio- nal y con una presencia indígena fuerte en el poder. No es imposible imaginar que los aztecas pudieron haber infligido una derrota militar a Cortés, antes de que éste se hubiera convertido en una amenaza cada vez más poderosa, a medida que iba haciendo alianzas con los caciques indígenas descontentos con el poder imperial de los aztecas. Esta posibilidad nos motiva a considerar cómo el encuentro colonial y su historia contienen posibilidades que dependen de la intervención de los actores. En buena medida, imaginar otros probables resultados de las zonas de contacto (Pratt, 2011) creadas por el encuentro colonial es lo que anima las luchas indígenas en América Latina y otras partes del mundo.

Pienso, en especial, en las propuestas del Ejército Zapatista de Liberación Na- cional en México y en los logros republicanos que resultaron de la inclusión de los principios Vivir Bien y Buen Vivir, de obvia inspiración indígena, en las constitu- ciones de Bolivia y Ecuador, y en la lucha perenne de los indígenas brasileños y chilenos, y de muchos otros, por sus territorios. Este vasto contexto clarifica el por


 

qué hoy existen tantas luchas en contra el epistemicidio, fenómeno que antes era pensado como pérdida de la diversidad cultural. Después de todo, interpretar el sentido de la invasión europea a fin de decidir qué hacer con el invasor, también depende del marco de los conocimientos previamente disponibles y puede resultar en acciones diferentes.

El encuentro de Pero Vaz de Caminha, escribiente de la flota portuguesa que tuvo el primer contacto con los tupinambá en la costa sudatlántica, revela otras facetas de la experiencia colonial. En una carta que se volvería famosa, Vaz de Caminha apenas podía ocultar su deseo mientras describía los recursos de Brasil, su belleza natural y sus indígenas desnudas. Más allá de encontrar un paraíso tropical que iría a alimentar la imaginación utópica europea en busca del comu- nismo primitivo y los buenos salvajes, los portugueses, reprimidos por la castrante inquisición, descubrieron el más grande campo de nudistas de la historia. Tal vez con la intención de exorcizar pensamientos pecaminosos, los conquistadores rápi- damente organizaron una misa. Pero el aparente encanto de este fugaz encuentro inicial, estuvo seguido por la agenda común del colonialismo. Los nativos se con- virtieron en esclavos forzados a luchar por su libertad en su propia tierra o a huir. La expresión del deseo sexual por las nativas en la carta fundadora del Brasil iba a convertirse en un lugar común en las representaciones orientalistas de los indíge- nas, de los negros y de los mestizos. Los esclavos africanos y sus descendientes fueron igualmente considerados por los conquistadores como lujuriosos y predis- puestos al sexo. El colonialismo también es una forma de exportar líbido y violen- cia machistas.

La carta de Pero Vaz de Caminha sirvió como un inventario precoz de las riquezas y potenciales de una tierra sin dueño que los portugueses consideraron estaba esperando a ser civilizada y poseída en el nombre de Dios y del Rey. Más de 500 años después, las tierras de los indígenas en Brasil y otros países se sigue considerando como tierra de nadie, o como obstáculo al desarrollo, es decir, al crecimiento y expansión capitalistas. La propia existencia de los indígenas es vista como indeseable y subversiva. Para muchos, las tierras de los indígenas son una afrenta cuando son gobernadas por ellos mismos, protegidas por el gobierno y sacadas del mercado. Expansivos por definición, los capitalistas no aceptan que los “recursos” puedan ser políticamente sacados de su alcance. Asimismo, la perma- nencia de las poblaciones indígenas es una prueba de que es posible resistir el movimiento destructivo del expansionismo capitalista eurocéntrico que ha durado más de 500 años. Los pueblos indígenas representan un imaginario aún más sub- versivo que el imaginario post-capitalista porque proveen una experiencia no- capitalista que existe y está presente. Los indígenas conservan, de manera concreta, en formas que son idealizadas por otros o en sus propias prácticas, el eterno re- torno de otras experiencias y conocimientos y así, una memoria y un testimonio de


 

los tiempos comunales, comunistas y encantados que, de hecho, son contemporá- neos. La presencia indígena demuestra no solo que otros mundos son posibles, sino que en realidad otros mundos existen incrustados en la modernidad capitalis- ta.

La ópera caminiana es una piedra angular del colonialismo como seducción y como fascinación por las incontables riquezas de los nativos destinadas a ser toma- das para la satisfacción de los invasores de lejanas tierras. En esa historia, vemos una huella importante de la conquista que se haría presente en otros colonialismos europeos en América del Norte, África y Asia. Ya que los conquistadores no con- sideran a los nativos como propietarios de la tierra, todo lo que tenían, incluyendo sus cuerpos y su trabajo estaban, primero, destinados a servir a los centros impe- riales. Lo interesante es que estos intercambios desiguales absurdos típicos del imperialismo continuaron, de manera más o menos disfrazada, efectuándose de diversas formas, sea bajo la forma de dependencia económica durante la forma- ción y consolidación de los estados-nación latinoamericanos, o bien, bajo la forma de descaradas intervenciones imperialistas como la invasión y apropiación de vastas áreas de tierras mexicanas y colombianas por los Estados Unidos.

La experiencia portuguesa y española de integrar a la fuerza a “Latinoamérica” dentro del sistema capitalista mundial, ilustra las facetas fundamentales del colo- nialismo: violencia, ambición, arrogancia, explotación, seducción, resiliencia y resis- tencia.

 

 

ENTRADAS Y SALIDAS: GENTE EN MOVIMIENTO

Por siglos, Europa exportó hombres a América Latina. La violación de las mujeres indígenas y negras y la constitución de familias interétnicas, engendraron un fuerte mestizaje, que es otra característica de la región y una de sus ideologías raciales típicas. Como resultado de la variable segmentación étnica de cada lugar, “mesti- zos” y “criollos” adquirieron un papel primordial en los sistemas de poder necesa- rios para la administración de las colonias. Más tarde, ambos grupos serían instrumentales en la independencia de la región tanto de España como de Portu- gal. El mestizaje jugó diversos roles en la construcción de cada nación frecuente- mente en sintonía con los discursos europeos sobre degeneración y pureza. Con sus teorías de la inferioridad de los no-europeos y los peligros del mestizaje, el intelectual italiano Cesare Lombroso fue un fantasma a perseguir las élites nacio- nales en la última parte del siglo XIX. En países como Brasil y Colombia, se plan- teó, entonces, la necesidad de blanquear a la población a fin de perfeccionarla.

Es interesante hacer notar cómo dichas ideologías de la estigmatización racial, una de las más fuertes herencias de la colonialidad del poder (Quijano, 1993), circulan a escala global, son apropiadas localmente e históricamente modificadas.


 

En Brasil, la imposibilidad de blanquear a toda la población quedó clara, a pesar de la importación masiva de migrantes europeos en el siglo XIX. En las décadas iniciales del siglo XX, la concepción del “mestizo” se volvió central en las ideas sobre la nación brasileña y la ideología de la democracia racial progresivamente se estableció. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba traumatizada por los efectos perversos del racismo, existía la segregación en los Estados Unidos, y Sudáfrica se dirigía al Apartheid. Brasil, por otro lado, se transformó en un modelo internacional debido a su supuesta tolerancia racial. En esta coyuntura, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), llevó a cabo una investigación para explicar el ejemplo brasileño de las relaciones raciales positivas.

A medida que las décadas transcurrieron, las ideologías y las políticas referen- tes al manejo de los conflictos interétnicos cambiaron. A finales del siglo XX, la imagen modélica de Brasil se convirtió en blanco de la crítica. Estábamos en la era del multiculturalismo, una ideología del manejo de conflicto interétnico que fue el resultado de las luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos en la década de los sesenta y dominada por las visiones anglosajonas de la segmentación y las identidades étnicas. El cambio de opinión sobre las relaciones raciales en el Brasil, debe ser comprendido en los siguientes términos: los 46 años de reinado del Apartheid concluyeron en 1994; el movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos tuvo grandes triunfos, pero en Brasil, ser negro seguía y sigue significando exclusión.

En América Latina existen, en el Cono Sur, países cuya población tiene una mayoría de ascendencia europea. Las migraciones masivas internacionales en los finales del siglo XIX y los inicios del siglo XX, fueron cruciales en la medida en que grandes cantidades de italianos, alemanes, españoles, polacos y ucranianos se diri- gieron a Argentina, Uruguay y el sur de Brasil. En Argentina, las élites empren- dieron la malhadada y eufemísticamente llamada “Conquista del Desierto” a finales del siglo XIX. Esta “conquista”, llevada a cabo por el ejército, tenía como fin diezmar a la población indígena, garantizando así la colonización europea de las pampas y la transformación de Argentina en “el granero del mundo” que llevó el país a un periodo de esplendor, cuyos vestigios pueden ser aún reconocidos en la arquitectura de Buenos Aires. En los inicios del siglo XIX, había más extranjeros en el área metropolitana de la capital, que argentinos. Aún se conservan los fuertes lazos que hacen del europeísmo una marca de distinción entre los argentinos fren- te a otros latinoamericanos (Ribeiro, 2004). Sin embargo, incluso con esta guerra genocida impulsada por el estado, la población indígena de Argentina no desapa- reció. En gran parte, gracias a los Mapuches en la Patagonia y los Quechuas y Aimaras en el noroeste andino, la población indígena argentina es mayor que la de Brasil. Aún así, la idea de una Argentina europea y un Brasil indígena prevale-


 

ce en el imaginario global, demostrando la fuerza de las matrices orientalistas más antiguas que rigen las imágenes globales de estos países (idem).

No todos los inmigrantes que llegaron a América del Sur eran europeos. Perú recibió inmigrantes japoneses y Brasil, el segundo país más negro en el mundo, es también el hogar de la mayor población de japoneses fuera de Japón. Desde 1908, centenas de millares de japoneses migraron, la mayoría para los estados de São Paulo y Paraná, en el sur del país. Sirios y libaneses también llegaron en grandes cantidades a Brasil y estos migrantes del oriente medio también se encuentran en Argentina, Colombia, Ecuador, Venezuela y México. Hay también una gran pre- sencia de descendientes de ingleses en Argentina y Chile, y los chinos (también los japoneses) marcaron su presencia en Perú. Hay otras situaciones más delimitadas como la presencia de los menonitas en el norte de México y en Paraguay, así como estadunidenses confederados que migraron a Brasil después de su derrota en la Guerra Civil del siglo XIX. El flujo constante de inmigrantes, aquí apenas esboza- do, convirtió a América Latina en el hogar de personas de casi todas las partes del mundo. A lo mejor, la ciudad que más ejemplifique esta globalidad sea São Paulo, la ciudad global de Brasil. Su segmentación étnica altamente compleja se refleja en una vida cultural vibrante y una gastronomía que es difícil de encontrar en otros centros urbanos del mundo.

Así como América Latina recibía millones de personas, también enviaba mu- chos emigrantes a diferentes países, estableciendo conexiones y flujos nacionales e internacionales, particularmente a partir de fines del siglo XX. Es siempre intere- sante mencionar a los otavaleños, indígenas ecuatorianos que viajaron alrededor del mundo vendiendo sus productos artesanales en un tipo de negocio indígena globalizado. Más de 20 millones de mexicanos y sus descendientes viven en los Estados Unidos, con una presencia tan fuerte e importante que, sumada a los otros millones de “Latinos”, logran despertar el miedo a movimientos separatistas entre las élites conservadoras estadunidenses (Huntington, 2004). Toda América Latina está presente en los Estados Unidos. En la capital latinoamericana, Miami, así como en muchos lugares de los Estados Unidos, la habilidad de hablar español es esencial.

El retorno de la migración de los brasileños “dekassegui” a Japón, hizo de estos emigrantes, una fuerza económica en ambos países. En lo que puede ser visto como un “El Imperio Contraataca” latino, España está recibiendo migrantes de toda América Latina, sobre todo de Colombia y Ecuador. En esta misma línea, Portugal es ahora hogar de muchos brasileños. Inglaterra, Francia, Alemania e Italia también son participantes de este circuito. Los uruguayos consideran a su patria como un país de emigración, mientras que los panameños, salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos, entre otros muchos, continúan cruzando la fronte- ra hacia el gran hermano del norte.


 

MERCANCÍAS EN MOVIMIENTO

El papel de las cosas, las mercancías, en la institución de la América Latina como un sistema global es tan promimente, que esto se expresa incluso en los nombres de los países. “Argentina” tiene su nombre derivado de su papel, en la época co- lonial, en los flujos de la plata boliviana contrabandeada casi siempre a través del Río de la Plata. “brasil” es un tipo de madera que fue el primer recurso natural explotado por los portugueses, casi hasta el punto de extinguirlo de las selvas tropicales del Atlántico sur. El palo de brasil, con su tono rojizo, fue usado exten- samente como colorante natural, así como la cochinilla producida en Oaxaca, que llegó a ser el segundo producto más exportado de México.

La importancia del oro y la plata extraídas de América Latina forjó la riqueza y el esplendor de Portugal y España. Las dinámicas políticas y económicas internas a Europa significaron que esas riquezas frecuentemente cayeron en manos de otros países, como Inglaterra. Las minas de Potosí en Bolivia y el puerto colombiano de Cartagena son ejemplos de un sistema de explotación característico del colonialis- mo predador. Los recursos minerales de la región —el cobre chileno, el hierro brasileño, el petróleo ecuatoriano, los diamantes venezolanos— continuaron su circulación global. La contribución agrícola de América Latina es de igual impor- tancia. En el siglo XX, la región se convirtió crecientemente en exportadora masiva de granos, como soya, o de ganado. Brasil y Argentina, tanto en el pasado como en la época actual, pueden desbalancear estos mercados globales. El café ha juga- do un papel central en las economías colombiana y brasileña. Sin duda, el inicio de la industrialización del Brasil a principios del siglo XX, no puede ser comprendida sin la acumulación de capital que permitió el boom del café.

Otro producto crucial de exportación en América Latina es la caña de azúcar, la cual, con sus enormes plantaciones, fue central en la época Colonial en el nores- te brasileño. La producción del azúcar, un producto muy codiciado en Europa, trajo consigo el ingenio, el experimento arqueológico de lo que más tarde vendría a ser la industria en su forma amplia y compleja. El azúcar es importante porque también muestra otros flujos coloniales, como la importación ignominiosa de es- clavos africanos para trabajar en este tipo de producción (Mintz, 1985). Además, es un ejemplo muy claro de los conflictos entre imperios poderosos. Buscando el control de la producción del mercado del azúcar, los holandeses invadieron el noreste de Brasil en 1630 y establecieron su núcleo central en el puerto de Recife, en Pernambuco, que ya era el centro del sistema de producción de la industria azucarera. Permanecieron en Brasil hasta que fueron expulsados en 1654 por los portugueses, entonces transfirieron su conocimiento adquirido al Caribe. Más tole- rantes en materia religiosa que los portugueses (que habían introducido la inquisi- ción a Brasil), los holandeses admitieron a los judíos dentro de sus dominios, hecho que llevó a la fundación de la primera sinagoga en las Américas, en Recife.


 

Después de su incursión al trópico, los colonizadores holandeses se mudaron no solo hacia el Caribe, sino mucho más al norte, a la Nueva Amsterdam, nombre con el que se conoció la primera colonia europea en la isla de Manhattan, hoy Nueva York. En los primeros años en Nueva Amsterdam, el portugués se habló extensivamente. Los primeros judíos que llegaron huyendo de los inquisidores lusitanos que habían retomado Recife, hablaban portugués, pero practicaban su religión en hebreo.

No estoy tan interesado en las transformaciones causadas por las especies exóticas a pesar de su papel fundamental en las historias económicas y ecológicas en América Latina. Entre las plantas nativas de la región, muchas destacan en la lista de estimulantes que para bien o para mal, se globalizaron. El chocolate y el tabaco son tal vez las más notables. El chocolate, una palabra náhuatl, se originó en Mesoamérica hace miles de años (Grivetti y Shapiro, 2009). El origen del tabaco es atribuido a América del Sur y fue usado al principio como remedio y se exten- dió rápidamente por toda Europa en las primeras décadas del siglo XVI. Jean Nicot, un académico francés de esa época, y embajador en Lisboa, plantó semillas de tabaco que compró de un mercader en la capital portuguesa. El principio activo del tabaco, la nicotina, lleva su nombre en homenaje a Nicot, de quien se cree que envió tabaco para curar de migraña al hijo de Catalina de Médicis, el rey Francisco II, en 1560 (Gaston-Bretton, 2008). Otra planta globalizada es la coca (Morales, 1989), cuyas hojas se han masticado en los Andes por miles de años a fin de in- crementar la capacidad pulmonar en las grandes alturas montañosas. No fue sino hasta mediados del siglo XIX que fue sintetizada la cocaína como droga en Ale- mania, donde sería usada luego por Sigmund Freud tanto de manera personal como para tratar a sus pacientes. Hasta 1903, la cocaína era un ingrediente de la Coca-Cola, pero la droga fue prohibida en los Estados Unidos en 1922. Actual- mente, la cocaína es una de las drogas ilegales con las que más se trafica en el mundo, abarcando un mercado global que mueve muchos billones de dólares. Esta droga es la responsable de cientos de tragedias relacionadas con los cárteles en Colombia, México, en las favelas de Río de Janeiro y muchas otras ciudades en América Latina y otras regiones del globo. El narcotráfico es uno de los más grandes componentes del crimen organizado global, un fenómeno que dicta su propia economía política, ligando a millones de personas de todas las clases socia- les a un sistema mundo no-hegemónico.

Otros cultivos nativos de América Latina se han convertido en fuentes alimen- ticias globales. Destacan dos en particular: el maíz y las papas. El maíz fue domes- ticado en México y en la medida en que se convirtió en algo familiar para los europeos, las plantaciones se dispersaron por todo el mundo (Warman, 1988) llegando hasta China antes del fin del siglo XVI. Actualmente, la producción de maíz se realiza a gran escala. El maíz es usado de diversas maneras para consumo


 

humano y animal y es también componente de productos industriales. La papa, por su parte, fue cultivada en los Andes y proveyó la principal fuente de energía al imperio Inca y a los conquistadores españoles antes de extenderse a Europa durante el siglo XVI. El valor nutricional de la papa y su bajo precio fueron cru- ciales para reducir el costo de la fuerza de trabajo necesaria en la primera ola de capitalismo industrial en la Inglaterra del siglo XIX (Thompson, 1963). No es una exageración afirmar que la burguesía inglesa debe mucho al tubérculo andino. Como el maíz, el día de hoy la papa es un componente esencial de la gastronomía global (Smith, 2011).

Otras plantas latinoamericanas son cruciales para la historia del capitalismo. El sisal o henequén, como le llamaban los mayas, fue cultivado en Yucatán, México (Moseley y Delpar, 2008). El Puerto de Sisal en la costa yucateca fue el mayor exportador de henequén en el mundo durante años. El sisal fue responsable por el esplendor económico de la región. La fuerte fibra se usaba de manera extensiva en la fabricación de cuerdas y fue fundamental para la industria náutica, especial- mente para fabricar las cuerdas para el amarre de barcos. Ya en el siglo XX, Brasil se convirtió en el principal productor de henequén.

La producción de hule de alta calidad pone de manifiesto diferentes procesos globales. El hule es el producto de un árbol del Amazonas que tuvo un lugar privilegiado en la historia industrial del siglo XIX y principios del XX (Dean, 1987). Como resultado, el Amazonas conoció dos booms económicos debidos a la explo- tación de látex del árbol del hule, hevea brasiliensis. El primero inició en 1850 y duró alrededor de 50 años, en la medida en que el aumento de la producción acompañó a la demanda de llantas por una incipiente y pujante industria automo- triz. El quasi monopolio global del hule generó un periodo de gran opulencia económica en el Amazonas, una belle époque cuyo gran símbolo sigue siendo el teatro de la ópera en Manaos. El teatro que abrió sus puertas en 1896, representa- ba el deseo de la élite citadina de presentarse como moderna y cosmopolita al importar las costumbres europeas. La opulencia se acabó en 1913, cuando la pro- ducción de las colonias inglesas en Asia invadió los mercados mundiales gracias a la biopiratería de los ingleses, quienes se llevaron varios miles de semillas de hevea brasiliense al Jardín Botánico de Londres en 1876. Las semillas fueron aclimatadas y transportadas para su producción masiva en las plantaciones inglesas de Asia, lo cual llevó al Amazonas a una depresión económica que solo tocaría su fin en la Segunda Guerra Mundial, cuando los japoneses invadieron las principales áreas de producción asiática. El segundo boom del Amazonas fue breve, ya que durante la Segunda Guerra Mundial los intentos efectuados por Henry Ford en sus planta- ciones en la selva tropical de Brasil fracasaron al intentar generar fuentes seguras de aprovisionamiento de hule.


 

La tradición primario-exportadora de América Latina empezó en la época colonial y todavía está vigente. No es coincidencia que las semillas de la “teoría de la dependencia” hayan sido plantadas por el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986), líder intelectual de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL), siguiendo su estudio sobre el “deterioro de los términos de intercambio” de los productos agrícolas frente a los industriales. A pesar de la posición periférica de América Latina en el sistema global, hay importantes situaciones atípicas. Brasil encabeza la economía más grande de la región con industrias que producen aviones y tecnología avanzada para la perfora- ción petrolera en aguas profundas. Dependiendo de las fluctuaciones en el valor del dólar, Brasil está clasificado como la quinta o la octava economía más grande del mundo. São Paulo, el centro industrial y financiero del país, es una ciudad global. El poder económico de Brasil y su papel como jugador global han llevado al gobierno, a las élites corporativas a planear incursiones diferenciadas al sistema global por la vía de nuevas alianzas geopolíticas (como el grupo BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o emprendimientos que tengan como objetivo a los vecinos de Brasil en América del Sur y los países africanos que son buscados por las corporaciones brasileñas tanto blicas como privadas (Moraes, 2014). Co- mo resultado, la idea del (sub)imperialismo brasileño ha ido ganando terreno en el discurso público, tanto dentro, como fuera del país (Fontes, 2012; Zibechi, 2012). De todas las maneras, desde Ushuaia, la ciudad más sureña de Argentina, también conocida como “el fin del mundo”, hasta Ciudad Juárez en la frontera mexicana con los Estados Unidos, o en Manaos, en el corazón del Amazonas, América Latina está llena de maquiladoras que vienen de otros países, listas para aprovecharse de la fuerza de trabajo barata de la región. Las prácticas de inter- cambio desigual con centros hegemónicos del sistema mundial parecen lejos de

tocar su fin.

 

 

FLUJOS DE INFORMACIONES: IDEOLOGÍAS Y UTOPÍAS

Imaginen el impacto, en una Europa que ya tenía conocimiento de las fantásticas exploraciones de los portugueses circunnavegando la costa de África hacia la India, de las noticias de otras tierras al oeste, con otras gentes exóticas. Para empezar, la llegada a esos territorios obligó a que se hiciera una reconsideración sobre la con- cepción del planeta: la tierra tenía un enorme continente que se llamaría, no por casualidad, el Nuevo Mundo. La geografía ptolemaica que había sido el paradig- ma desde la Grecia Antigua, probó ser insuficiente para Colón en su tercer viaje a las Américas, cuando encontró la desembocadura del río Orinoco en su intento por circunnavegar la costa norte de América del Sur buscando un paso hacia las Indias, y tuvo que admitir que un río tan caudaloso sólo podía pertenecer a un


 

nuevo continente. El fracaso de un paradigma no permite dejar vacíos en la expli- cación. Por ello, Colón concluyó religiosamente que había descubierto el paraíso, convirtiéndose así en el primero de muchos europeos que equipararon América del Sur con el Edén (Buarque de Holanda, 1959).

La defensa de los pueblos indígenas subyugados, esclavizados o diezmados generó grandes controversias legales, políticas, teológicas e ideológicas bien expre- sadas por figuras como Bartolomé de las Casas (1484-1566), en América hispánica, y Antonio Vieira (1608-1697), en la América portuguesa, dos figuras religiosas y precursoras de los movimientos de derechos humanos. En las tierras bajas de América del Sur, los cazadores-recolectores, desnudos, que vivían en sociedades sin Estado, grupos poligámicos en contacto íntimo con la naturaleza, inspiraron tro- pos idílicos de libertad, que perduran hasta hoy, de una vida simple y armoniosa no corrompida por la civilización. Este tipo de presencia indígena en el pensamien- to europeo se ejemplifica en la obra clásica de Tomás Moro, la Utopía (1516). Escrita como crítica a la sociedad feudal, la Utopía es una isla al sur del Ecuador, un estado perfecto cuyos habitantes viven en perfecta armonía, un ideal que ten- dría eco en el pensamiento socialista durante muchos siglos.

Tal vez sería problemático separar la literatura de la ciencia política dado el papel que durante siglos, tuvieron los libros en la construcción de las comunidades políticas imaginadas, después de la revolución de Gutenberg. Para fines analíticos, podemos decir que la literatura europea, cuya inspiración en los viajes ultramari- nos engendró un género propicio a la reproducción del imaginario imperialista (Pratt, 2011), no fue la única impactada por las noticias de otros tipos de vidas humanas frecuentemente entendidas bajo el paraguas del mito del buen salvaje. La teoría política europea también fue transformada. La obra de Michel de Mon- taigne (1533-1592), en especial su ensayo “Sobre los Caníbales”, que se refería a los tupinambás de Brasil, ilustra bien una formulación de un relativismo cultural desde la perspectiva del “salvaje”. Se trata de asumir una posición de sujeto su- puestamente no europea, en una especie de interpretación proto-antropológica cuyos ecos llegarían hasta el célebre antropólogo francés Claude Lévi-Straus (1908-2009). Montaigne se preguntaba: ¿quiénes son los verdaderos bárbaros? ¿Los europeos de la Inquisición que torturaban y quemaban viva a la gente, o los tupi- nambás que se comían a sus muertos? El salvaje, examinado y reexaminado, po- tencializó la imaginación de un “estado natural”, un constructo clave en el debate sobre la naturaleza del contrato social en importantes filósofos occidentales como Tomás Hobbes, John Locke, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau y David Hu- me. En distintos países de la América Latina, el “buen salvaje” volvería a surgir en el siglo XIX, con el romanticismo literario y artístico, y se volvió una fuente para la construcción de las identidades nacionales.


 

La antropología, una disciplina dedicada a entender la vida no europea, hereda en sus tendencias más eurocéntricas, algunas de las estructuras de su alteridad históricamente construida. Esta herencia se expresa frecuentemente situando a los pueblos indígenas en un pasado remoto como seres primitivos que deben progre- sar, o bien, romantizando o demonizando al “otro”. Llama la atención que a lo largo de la década de 1960, el mito de los salvajes peligrosos sobrevivió en trabajos como La gente feroz, (The Fierce People, 1968) de Napoleon Chagnon, que fue un best-seller de la antropología norteamericana, en el que los yanomami, un pueblo indígena de la frontera entre Brasil y Venezuela, son descritos como primitivos y brutales. Los mapuches de Chile, los guaraníes-kaiwás de Brasil, los nasas de Co- lombia, los miskitos de Nicaragua y los zapotecos de México son algunos de los muchos ejemplos de pueblos indígenas que han seguido demostrando que, incluso en una supuesta era multicultural, la lucha por sus derechos dentro de un estado nación capitalista y eurocéntrico está muy lejos de terminar.

De hecho, los indígenas latinoamericanos no dejan de ser una fuente de inspi- ración y de innovación política. El primero de enero de 1994, el mismo día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el mundo se enteró que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, a través de una acción militar perpetrada por un grupo de indígenas de la Selva Lacandona en Chiapas, se había levantado en armas contra el gobierno mexicano. Su objetivo político era mostrar que otro mundo es posible. Crítico del neoliberalismo, el levantamiento armado se convirtió en un movimiento político que postulaba una democracia participativa, la protección de los derechos indígenas, un nuevo modelo de nación y la construcción de otras formas de globalización. El Neozapatismo, transforma- do en un símbolo mundial de rebeldía, usó ampliamente el internet como medio para difundir su programa internacionalmente y transformó los municipios autó- nomos zapatistas de Chiapas en una Meca de la izquierda y de los movimientos progresistas mundiales. La conciencia del interés global que despertaba, llevó al EZLN a organizar “encuentros intergalácticos” contra el neoliberalismo.

En los Andes, los movimientos políticos de los aimarás y los quéchuas también trajeron cambios innovadores en la vida republicana de Bolivia y Ecuador, países con grandes cantidades de población indígena, bajo los lemas de Vivir Bien y Buen Vivir, respectivamente. Las nuevas constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), y el clima político generado por los movimientos de los pueblos y partidos indígenas, incorporaron los preceptos indígenas en la institucionalidad republicana de esos Estados-nación, prescribiendo concepciones distintas de la naturaleza y transformando a estos países en ejemplos de crítica al neoliberalismo y a las ideo- logías desarrollistas eurocéntricas y capitalistas (véase Acosta, 2008; Albó, 2011; Gudynas, 2011; Moraes, 2014). La naturaleza deja de ser considerada como un conjunto de cosas que están a la disposición de los hombres y así, se deshace la


 

dicotomía occidental típica entre naturaleza y cultura. De acuerdo con estas pers- pectivas indígenas, también se inicia una búsqueda de marcos legales que trans- formen a la naturaleza, la Pachamama, en un sujeto con derechos, en su calidad de madre de todos los seres vivos. En una crítica al crecimiento económico ilimita- do, a las ideas de progreso y del mercado como la solución a los problemas, pos- tulados éstos implícitos en el desarrollismo, estas visiones siguen otros caminos para crear condiciones materiales y espirituales para una vida feliz: priorizar la solidaridad, la comunidad o el consenso, valorar las culturas e identidades origina- rias, respetar las diferentes formas de vida y el pluralismo, el equilibrio y la armo- nía con la naturaleza más allá de los intereses materiales y económicos. Otras reformulaciones híbridas que dialogan con los discursos occidentales sobre el des- tino de los pueblos indígenas, surgieron en Oaxaca, México, con base en la teoría de la comunalidad, que enfatiza la autonomía comunitaria como modo de ver el mundo y de hacer política (Aquino Moreschi, 2012; Martínez Luna, 2013; Nava Morales, 2013, 2014).

La imaginación progresista de América Latina también tiene una larga tradi- ción fuera de los movimientos indígenas. La Revolución mexicana de 1910, es un ejemplo de la importancia de los ideales del bien común, la vida democrática, la libertad, la igualdad y la justicia. La Revolución cubana de 1959 es emblema de la rebeldía latinoamericana en contra del hermano mayor del Norte. Sus protagonis- tas, muchos actualmente en el poder, representaron la aparición de figuras legen- darias como Fidel Castro y Ernesto Che Guevara; también surgió de dicho movimiento una teoría de la toma del poder conocida como foquismo. En la dé- cada de los os sesenta, el ejemplo cubano inspiró olas de acciones guerrilleras en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela y Guatemala. Esos movimientos, en especial en el Cono Sur, provocarían una reacción sanguina- ria de las dictaduras militares brasileña, chilena y argentina (de 1964, 1973 y 1976, respectivamente); éstas enfrentaron sin tregua a los militantes socialistas, “desapa- reciendo” a aquellos que consideraban ser un riesgo politico e ideológico. Como resultado de la brutal represión de las décadas de los setenta y ochenta, los inte- lectuales progresistas primero se refugiaron en el Chile de Salvador Allende. Des- pués del golpe militar de Pinochet en 1973, México recibió a los exiliados, así como también lo hicieron algunos países europeos. El exilio político reunió a pensadores en la CEPAL, quienes, en Santiago, formularon la teoría de la dependencia, la con- tribución teórica latinoamericana mejor conocida en todo el mundo.

Actualmente hay un resurgimiento de las teorías críticas inspiradas por los movimientos políticos andinos y los cambios que han causado. Un debate particu- larmente visible es de la “colonialidad del poder” (véase entre otros muchos a Quijano, 1993), que retoma con toda la fuerza, la centralidad del colonialismo como un poder estructurante que continua prosperando, especialmente en las


 

relaciones interraciales latinoamericanas. Las discusiones sobre la interculturalidad aparecen también como una contribución que promete ir más allá del multicultu- ralismo como ideología política de administración de conflictos interétnicos en el seno del Estado nación (Bartolomé, 2006; García Canclini, 2012; para un abordaje crítico, véase Restrepo, 2014). El tema del imperialismo también está volviendo a surgir en países como Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil, teniendo por objeto el papel cada vez más intenso de Brasil como actor regional y global (Fontes, 2012; Zibechi, 2012). América Latina conoce muy bien los daños causados por las diver- sas formas de imperialismo originadas fuera de la región. Pero esta vez se trata de pensar críticamente las veleidades de algunos segmentos de las élites estatales y privadas brasileñas. Este esfuerzo, precisamente porque es sui generis, merece ser desarrollado bajo una interpretación post-imperialista (Ribeiro, 2003, 2014), como forma de involucrar a los intelectuales latinomericanos en debates teóricos que traigan nuevas contribuciones a la comprensión de las relaciones de poder dentro del sistema mundial.

Algunas prácticas recientes de las organizaciones de la sociedad civil en Améri- ca Latina, también han sido dirigidas a la movilización de movimientos sociales, ONG’s, y partidos políticos progresistas interesados en cambiar las características de los procesos de globalización contemporáneos. La frase “otro mundo es posi- ble” guió al Foro Social Mundial desde su primera edición en 2001 en Porto Ale- gre, Brasil. El Foro Social Mundial se celebró exclusivamente en esa ciudad del estado de Rio Grande do Sul (a excepción del 2004, cuando fue organizado en la India), hasta 2006, cuando se volvió policéntrico y comenzó a realizarse en varios países. El Foro Social Mundial es heredero de la experiencia de la sociedad civil brasileña en la organización de un mega ritual global de integración de las elites políticas transnacionales que fue el Foro Global. Ese evento, paralelo a la Cúpula de la Tierra, fue celebrado en Río de Janeiro en 1992, donde se reunieron los representantes de diversos países para manifestarse y diseñar una agenda propia de la sociedad civil global, frente a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Por primera vez el internet fue usado en tiempo real para mantener informada a la comunidad trasnacional imaginada-virtual. El modelo de “reunirse de manera paralela al encuentro del establishment mundial” fue retomado en Porto Alegre en los primeros años del Forum Social Mundial que tuvo lugar al mismo tiempo que el Foro Económico Mundial de Davos, Sui- za, famoso por reunir a la élite política y económica global. Porto Alegre y Davos se disputaron la atención mediática mundial a fin de difundir sus objetivos e idea- les en circuitos globales.


 

CONSIDERACIONES FINALES

Como en todo ensayo, este texto ha seguido una trayectoria idiosincrática, podrían explorarse otras conexiones, prácticas y personajes. Las artes, por ejemplo. En cuanto a la música popular, sería preciso explorar las trayectorias internacionales del tango, de la salsa, del bossa nova. En la literatura, el alcance de las obras de José Martí, Machado de Assis, Jorge Luís Borges, José María Arguedas, Miguel Ángel Asturias, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, para nombrar tan solo algunas. ¿Y las genialidades cosmopolitas, que son al mismo tiempo locales, del brasileño Oscar Niemeyer; del colombiano Fer- nando Botero; de la mexicana Frida Kahlo?

Al procurar trazar las conexiones de América Latina con otras regiones del mundo y su constitución en redes de intercambio, acabé preguntándome qué resultado tendría este mismo ejercicio en otras áreas. Sería probablemente similar. El movimiento de la mezcla de personas, cosas e información acaba, en mayor o menor grado, englobando a todo el mundo. Sin embargo, cada región tiene su propio acento, historia, geografía, cultura y poder diferenciados. Si todos estamos involucrados, desde distintas posiciones, en los macro movimientos de incorpora- ción al sistema mundial, entonces, ¿qué es lo que nos permite decir que América Latina siempre ha sido global, como si esa fuera una característica privativa de esta región? Una respuesta a esta pregunta se encuentra en la suma específica de las conexiones, flujos e intercambios de América Latina con otras partes del planeta, como aquí busqué presentar. Pero la verdadera singularidad de esta región estriba en el hecho de que antes de América Latina, el globo era otro. Era más pequeño, no existía la gran cantidad de tierras ni de gente que inexorablemente participa- rían en la construcción de un mundo diferente conjuntamente con tantos otros distantes.

 

 


 

Acosta, Alberto


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58                                                           GUSTAVO LINS RIBEIRO

 

Antropología Americana Vol. 1 Núm. 2 (2016), pp. 39-57

 

 

 

 

 

 

 

 

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