Miradas etnográficas del envejecer en la pandemia

Felipe Roboam Vázquez Palacios

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social (
ciesas), Unidad Regional Golfo, México

correo electrónico: fevaz19@gmail.com

Recibido el 4 de agosto de 2020; aceptado el 3 de septiembre de 2020

Resumen: Uno de los objetivos de la investigación antropológica es la construcción de sentido y significado con la finalidad de hacer comprensible la realidad que se vive. Es por ello que desde la antropología se considera relevante se analice la emergencia que ha provocado el COVID-19; los cambios que devienen del confinamiento y de las distintas medidas y problemáticas que trae consigo, documentando, analizando e interpretando la transformación de hábitos, percepciones, sensaciones, interacciones, capacidades, conocimientos, prácticas y creencias para enfrentar el riesgo, así como estrategias de adaptación a la adversidad de las personas mayores.

Palabras clave: COVID-19, vejez, confinamiento, perspectivas, prospectivas.

Ethnographic views of aging in the pandemic

Abstrac: One of the objectives of anthropological research is the construction of sense and meaning in order to make the reality we are living understandable. That is why, from anthropology, it is considered relevant to analyze the emergency caused by COVID-19; the changes that come from confinement and from the different measures and problems that it brings, documenting, analyzing and interpreting, the transformation of habits, perceptions, sensations, interactions, capacities, knowledge, practices and threats to face risk, but also for identify coping strategies for the elderly.

Key words: COVID-19, old age, confinement, prospects, perspectives.

 

Introducción

La pandemia ha abierto un espacio de laboratorio para los científicos sociales que permite comprender a los sujetos de estudio desde adentro. Por ello, la propuesta de este trabajo antropológico es abordar, en el contexto de la pandemia, la cotidianeidad que viven las personas mayores (PM), así como sus aspiraciones, miedos, interacciones, prácticas, conocimientos, percepciones, ideas y creencias. Se habla, parafraseando a Ammerman (2007),1 desde un enfoque de pandemia vivida, visibilizando la contracción del uso del espacio y los recursos, así como cambios en las formas de convivencia que se imponen con la “sana distancia” y las medidas minuciosas de higiene. Con esto, el análisis se enfoca en la particularidad de formas en que se experimenta la pandemia y la diversidad de situaciones por las que las personas mayores pasan.

Se transpone la perspectiva de Ammerman de life religion al estudio de pandemia vivida con el deseo de atender los procesos que experimentan las personas mayores en tiempos de pandemia, poniendo énfasis en el sentido y significado que tiene el COVID-19 de manera personal y social, rescatando perspectivas y prospectivas de experiencias individuales de las personas mayores y los modos en que narran, viven y construyen sus estrategias para enfrentar el virus. En pocas palabras:

Es analizar la pandemia en términos de relaciones, experiencias y prácticas cotidianas, poniendo especial énfasis en la forma en las que las personas mayores ejercen su agencia, entendida esta como la forma en que los individuos, entendidos como actores sociales, procesan su experiencia social formulando respuestas y estrategias ante sus condiciones de vida, lo que en el caso de los adultos mayores se traduce en una capacidad que se manifiesta en formas de acción y pensamiento que provocan cambios y permiten alcanzar la plenitud (Long, 2007).

Este enfoque se complementa con el de Goffman (2001), quien en su obra Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, se centra en aquellas acciones de los individuos que, aun dentro de la institucionalidad o ambientes represivos son consideradas acciones libres y racionales que, en cierto modo, pretenden hacer menos insufribles las condiciones a las que están sometidos. En otras palabras, para el autor, la obediencia a la norma es algo que se hace en un sentido racional para evitar el sufrimiento o la sanción o, en este caso, el contagio. Así también para el análisis que se propone, resultan enriquecedoras las ideas de Schutz (2003) quien, desde su enfoque fenomenológico, permite abordar la multiplicidad de la vida de las personas, comprendiéndolas dentro de sus roles domésticos, laborales, familiares e incluso personales, pues para este autor
las personas tienen múltiples identidades y roles porque se desempeñan en distintos campos. Estos enfoques ayudan a profundizar los análisis etnográficos en actores que tienen diversas facetas que pueden revelarse a través de la interacción directa como la que ofrece el análisis antropológico.

Las reflexiones presentadas aquí son producto de un análisis etnográfico
que se ha hecho desde mediados del mes de marzo hasta finales de julio del
año 2020. Para llevar a cabo esta tarea se contó con la participación de 20
estudiantes de la Facultad de Enfermería de la Universidad Veracruzana, así como de amigos, familiares y conocidos de la tercera edad o que tuvieran alguna convivencia con estas personas y que compartieran su experiencia frente a la pandemia y su forma de sentirla, reaccionar a ella y sobrellevarla. La mayoría de los informantes pertenecían a los sectores populares de Xalapa y municipios circunvecinos; sus ingresos familiares provienen del trabajo informal y la agricultura; muy pocos se dedicaron al trabajo formal como empleados en instituciones de gobierno y el comercio. También se registraron, para esta investigación, las reflexiones y experiencias de personas cercanas como es el caso de la señora Elvira Patiño y de sus familiares; estas contribuciones fueron el eje a través del cual fue girando la investigación.

El contacto con los estudiantes para esta investigación se mantuvo por canales virtuales como WhatsApp, Messenger, Skype, y principalmente Zoom y Blue Jeans en sus versiones móviles. Esto permitió una comunicación inmediata que favoreció la coordinación y dinámica de las entrevistas, ya que en todo momento pudieron ponerse en contacto con quien presenta este artículo para reformular preguntas y conducir las entrevistas a profundidad o para compartir información.

Los temas que más se abordaron en las entrevistas fueron de economía, el uso de redes sociales y de apoyo; las emociones, el manejo del espacio doméstico y de los recursos, lo religioso y las expectativas a futuro. Toda la información se codificó en tablas de Excel en donde en cada línea se agrupaban las respuestas de diversos informantes a una misma pregunta, permitiendo el análisis a golpe de vista de las distintas perspectivas que se confrontaban. Al final de cada columna, se hacía un análisis de la información recibida de todos los informantes y, posteriormente, se hacía un balance de la información total del tema que a cada uno le tocó trabajar.

Este ejercicio etnográfico permitió poner atención al detalle de los casos presentados y lograr una visualización y comunicación más profunda de las distintas situaciones que viven las personas entrevistadas, ya que, si hubieran sido abordadas por extraños, no habría sido fácil acceder a su intimidad.

El producto de este análisis es una invitación a hacer antropología desde lo cotidiano; desde aquello que es familiar, cercano e íntimo y que permite un conocimiento a fondo. Para el grupo de estudiantes, dialogar con sus familiares mayores fue un ejercicio de reapropiación y reconstrucción de la historia de vida de sus parientes, descubriendo aquellos detalles que proveen sentido a sus biografías, que los hizo más conscientes no solo de la pandemia y programas de salud, sino de su realidad inmediata.

Con todo esto, el análisis presenta información útil sobre las perspectivas y prospectivas de los mayores en este contexto de redefinición de sus vidas en el que su presente los confronta con aquellas formas de vivir a las que estaban habituados y que, para algunos, no volverán.

Finalmente, se quiere resaltar la labor etnográfica y la importancia que esta adquiere en tiempos de pandemia, ya que etnografiar, no solo es describir las relaciones entre lo que la gente situada práctica y significa; se trata de interpretar la información obtenida, irrumpir e incidir en esa realidad, mediante la comprensión de las diversas miradas, percepciones, significaciones y configuraciones que ese otro tiene sobre el COVID-19. En otras palabras, se parte de que, hacer una etnografía de la pandemia, es hacer una extracción de lo que la gente dice y hace sobre el fenómeno que se estudia. Es una síntesis de lo que se entiende de lo vivido (Restrepo, 2018).

Para lograr lo anterior, se requiere familiarizarse, copresenciando la realidad y luego desfamiliarizarse de lo que se ha visto, apropiándose de la mirada del otro.

Por esta razón, la etnografía es una tarea significativa para analizar las maneras en cómo se experimenta una realidad tan traumática, llena de miedos e incertidumbres, pero también de respuestas ante el caos que intentan explicar qué es lo que se está ocurriendo y la manera en cómo está afectando las formas de vida y lo que tendrán que cambiar en el futuro. Etnografiar la pandemia entonces, es crear un conocimiento objetivo que incide en el desorden y alteración que se está viviendo con COVID-19. ¡Justamente esto es lo que hace tan problemática, pero tan interesante el análisis y donde se puede encontrar un mundo más esperanzador!

La virtualización de la vida en la vejez

La aparición del COVID-19 ha dificultado la forma en que las personas satisfacen sus necesidades y es que la pandemia trajo consigo nuevas desigualdades y profundizó las ya existentes. Ahora, para trabajar, tener una computadora y una conexión a Internet se ha vuelto algo imprescindible, ya ni siquiera es posible debido al cierre de comercios y negocios no esenciales, ir a rentar este equipo a un cibercafé. Del mismo modo, el uso de aplicaciones celulares y términos que no son tan generalizados se ha impuesto como un desafío para aquellas personas que tienen los medios, pero no el conocimiento para usarlos. Cuestiones como el uso de la banca en línea y canales alternativos de pago se han convertido en una necesidad y, con esto, los riesgos de fraude y estafa se incrementan en un sector bastante vulnerable y poco preparado en el manejo de estas herramientas y situaciones.

Al respecto, Elvira de 63 años, salubrista, quien labora desde su casa en el Sistema de Desarrollo Integral para la Familia (DIF) en Xalapa, Veracruz, señala que ha podido adaptarse sin mayores problemas al uso de nuevas tecnologías. Por otro lado, Martina de 59 años, contadora en la Dirección de Obras Públicas, no ha podido adaptarse con la misma facilidad que Elvira.

Siempre le tuve miedo a la banca en línea. Hace mucho tiempo tuve una tarjeta de crédito y me retiraron más dinero de mi límite. Desde entonces, le tengo pavor a los bancos. Pero ahora, tuve que aprender a pagar en línea. Mi sobrino y mi hijo me ayudaron. Instalé primero una aplicación para pagar una deuda que tengo en una tienda departamental. Luego me instalaron la banca en línea y las aplicaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y Teléfonos de México (Telmex). Este mes hice mis primeros pagos y me siento bien. También me siento bien de poder mandarle a mi hijo cuando lo necesite porque ya no tengo que decirle a mi sobrino o a mi sobrina que salgan a depositarle... Aunque no todo ha sido bueno. El otro día me llegó un mensaje a mi celular viejo que decía que me habían quitado tres mil pesos de mi cuenta. Apagué el celular y no quise verlo. Me pasé todos los días hasta mi quincena con angustia, no quise contarle a mi hijo porque sé que tiene mucho trabajo (Elvira, 63 años).

Tengo coche y sí puedo salir a cualquier lado, pero hay algunos lugares en los que han cerrado las tiendas. En Liverpool o en Suburbia no puedo pagar, aunque vaya al Oxxo, por lo que tengo que pedirle a mi yerno que pague. Yo le doy el dinero y él me apoya pagando con su tarjeta (Martina, 59 años).

Una cuestión importante sobre la que se debe reflexionar es que la red familiar de Elvira es más pequeña que la de Martina y esto repercute en que busque alternativas para satisfacer sus necesidades sin depender de otros, mientras que Martina puede recurrir a otras personas en caso de que su hija o su yerno no puedan apoyarla.2

Un caso más que también resulta representativo del uso de los medios digitales en la vejez en contexto rural y que se asemeja al de Elvira en contexto urbano, es el de Carlos de 65 años, quien comenta que tras la insistencia de sus hijas y sus nietos aceptó comprar un celular, el cual usa para comunicarse con sus familiares.

Compré un teléfono y empecé picándole y picándole. Ahora ya me piqué y quiero saber más. El WhatsApp ya está, al YouTube no le entiendo muy bien, pero ahí voy avanzando, tengo un nieto que es de gran ayuda (Carlos, 65 años).

Del mismo modo, el caso de Arely de 63 años es un caso representativo de esta virtualización, pues comenta que, para sentirse cercana a sus familiares, ya aprendió hacer videollamadas. Esta práctica se ha convertido en algo central para ella al grado que, cuando no lo hace, se siente presa de una fuerte depresión. Es de destacar que Arely considera que esta es una situación generalizada y esto la conforma y le ayuda a llevar con más tranquilidad su situación, pues no siente que es la única persona que ha dejado sus relaciones y prácticas cotidianas atrás. Comenta que se “terapea” a sí misma y que eso la ayuda a salir adelante. Así como el observar casos como este, donde las mismas personas buscan reconfigurar sus espacios de vida y encontrar formas de satisfacer sus necesidades de interacción y cercanía y volverse más conscientes de su capacidad de gestionar y modificar sus propias emociones y de transformar actitudes negativas en positivas concibiendo la experiencia del encierro como algo compartido y no como un sufrimiento único.

El confinamiento abre oportunidades para la interacción generacional con nuevos medios y significados, así como formas de acercamiento distintas a las tradicionales. Al respecto, es interesante contrastar las motivaciones que hay en cada caso, pues, mientras Carlos busca tener mejores relaciones afectivas con su familia, Elvira hace uso de las tecnologías para ser más independiente.

Indudablemente, hay distintos tipos de personas mayores digitalizándose por motivaciones que surgen de sus contextos particulares y los diversos escenarios familiares que han construido y en los que viven actualmente, cuestión que abre el análisis del espacio doméstico y las redes de apoyo familiar. Del mismo modo, será necesario analizar cómo las distintas necesidades cobran otros sentidos y dimensiones en este contexto. Pedir despensa o comida, comunicarse con los vecinos, organizarse para actividades comunales, por ejemplo, son cosas que tendrán que realizarse por medio de aplicaciones de celular, lo que exigirá el desarrollo de una competencia constante de apertura a estos nuevos modos de gestionar la realidad a los cuales las PM, tendrán que adaptarse, ya sea aprendiendo por cuenta propia o con ayuda de sus redes familiares. La pandemia pone de manifiesto la necesidad de buscar nuevas formas de comunicación donde se pueda expresar en una conversación descorporeizada, sin rostro, sin contacto, solo por el teléfono o la pantalla de algún dispositivo. La pregunta es si en este mundo on line, ¿podrán las personas mayores enriquecer o fortalecer sus redes o al contrario reducir sus contactos?, ya que la presencia del cuerpo es muy importante para generar interacción solidaria. Pues a través de estos encuentros se aprecia el valor de la vida humana, se generan derechos y se crea una vinculación cercana con la vida ante el miedo a la muerte y apoyo a la vida en su totalidad.

Aprendiendo a vivir confinado, el día a día

Tener un trabajo y el administrar los recursos es otra cuestión importante en tiempos de pandemia. Ejemplo de esto es el caso de María Eugenia, personal de limpieza de una institución pública a quien se le ha rescindido de sus labores bajo el argumento que ahora que el edificio está sin personal no se requiere de sus servicios.

Me envían a casa, pero sin paga. Pero estoy viendo con algunos de los que trabajan aquí y me conocen si les puedo ayudar en sus casas, aunque muchos no quieren porque dicen que como utilizo el transporte público puedo contagiarme y contagiarlos (María Eugenia, 61 años).

Otros casos representativos son el de Iván de 60 años y Mony de 62. Él es un bolero que ha tenido que ir de casa en casa preguntando a las personas si tienen zapatos para que pueda reparar o bolear; antes, estaba en el parque esperando a que le llegaran clientes. Mony, por otro lado, trabajadora doméstica, fue liquidada por su patrona después de laborar por más de nueve años.

Me despidió, según ella, por no mostrarle buena actitud. De la noche a la mañana me pagó solo lo de la cuarentena y le dio el trabajo a su hermana, yo entiendo, para ayudar a su familia (Mony, 60 años).

En el contexto rural, Agustín de 73 años, afirma que sus labores en el campo se han vuelto más lentas con la pandemia. Y aunque vive de algunos ahorros, diariamente, necesita vender mangos o plátanos en su domicilio para proveerse del sustento diario. Comenta que sin trabajo no hay dinero y que es necesario tener cierta valentía para afrontar la pandemia.

Al respecto, Alicia de 65 años, señala que ella se encomienda a Dios poniendo en Él toda su confianza. No se siente preocupada, pero sí se pone a pensar mucho en qué será de las generaciones más jóvenes. Es de resaltar aquí como la proximidad de la muerte y la autopercepción que tiene de sí misma como “alguien que se encuentra en el final del camino” orientan sus preocupaciones y le producen una impotencia al no poder ofrecer más a aquellos que según ella “van para arriba”. Esta empatía de las personas mayores hacia los más jóvenes resulta interesante de analizar, pues no es exclusiva de esta crisis sanitaria y se presenta en diversas formas y momentos que comprometen el mañana.

Otro ejemplo que refuerza lo expresado anteriormente es el de Raquel de 80 años, quien comenta, al igual que Alicia, que solo Dios tiene el poder de detener la pandemia desapareciendo el virus y que se preocupa por las nuevas generaciones; en sus oraciones ella pide a Dios que les dé humildad y perdón por sus faltas. Se debe destacar, en su caso, que por su discapacidad visual está habituada a la soledad y al aislamiento, cuestión que hay que tomar en cuenta para reflexionar, sobre todo en el caso de los mayores, ya que habrá quienes como Raquel no sientan que la pandemia alteró por completo su cotidianeidad y para quienes la única consecuencia de estos eventos sea una mayor empatía para con quienes afrontarán esto en el futuro.

El caso de Cata y Pepe, mayores de 60 años. Ella vende helados afuera de la escuela y él, papitas y dulces, pero al cerrar la institución educativa, ambos andan vagando por las calles ofreciendo su mercancía. Dicen ser más fuertes que el coronavirus, por lo que ellos no tienen miedo de ser contagiados. Lupe y Tito son maestros jubilados y además de vivir de su pensión, tienen una tienda para apoyarse en sus gastos; venden yogurt, galletas integrales, paletas y dulces sin azúcar. Ambos atienden su negocio de 7:30 de la mañana a 5:00 de la tarde, aseguran que sus ventas han disminuido debido a que la gente nos sale y se preguntan: ¿qué pasará con los años que les quedan?

“Vivir al día” para las PM rurales y urbanas, no solo implica tener trabajo sino hacer rendir sus escasos recursos. Al respecto, Elvira comenta que antes del confinamiento había un manejo ineficiente de los recursos en su hogar, ya que, debido a que ella trabajaba, comía en la calle, mientras que su mamá y su hermana pedían su desayuno en una fonda cercana. Comenta que no tenían despensa ni artículos de reserva; se compraba la comida del día y solo se cocinaban raciones muy pequeñas. Con la pandemia, la familia de Elvira ha tenido que aprender a hacer una despensa e incluso a designar un espacio específico para almacenarla, así como aprender cuánta comida preparar y a conocer cuánto tiempo dura. Esto ha mejorado el poder adquisitivo del grupo doméstico.

Generalmente, la despensa la traemos Janny (su sobrina) o yo. Mi mamá casi tiene cien años y mi hermana tiene depresión. Tener despensa es bueno porque además de que nos administramos mejor, también mejora la calidad de los alimentos. Desde que empezó la cuarentena yo he tenido mejor alimentación, ya no me ha subido el azúcar (Elvira, 63 años).

Con relación a esto, Carmen de 65 años comenta que se siente algo inquieta por el aumento de precios en los productos de consumo básicos, pues, aunque a decir de ella no le falta nada por el momento, considera que su economía pronto se verá deteriorada si la situación continúa.

Ahora bien, aunque Elvira ha pasado a encargarse de coordinar las actividades de desinfección y cuidado sanitario de la familia, se han presentado algunos conflictos, sobre todo, relacionados con el uso del espacio, aspecto que se vive con altibajos, principalmente con su hermana.

Lo anterior, obliga a pensar en cómo vivir juntos y cómo resistir el repliegue a lo privado, especialmente cuando se presentan los conflictos en el círculo doméstico, y sobre todo cuando la cooperación se convierte en algo esencial para satisfacer las nuevas necesidades que surgen con la pandemia. Del mismo modo hay que preguntarse si se mantendrán los mismos roles familiares, si se generarán nuevos acuerdos, negociaciones o, incluso, si se darán las condiciones para
crear nuevos afectos hacia miembros que antes no eran tomados en cuenta.

Antes de la pandemia casi no pasaba tiempo en la casa, salía yo a las cinco de la tarde del trabajo, llegaba toda cansada a la casa y no me dejaban ver mis programas. En la noche hablaba con mi hijo y me dormía, aunque me quedaba con ganas de ver la tele. Ahora que estoy pasando más tiempo en casa, ya me dan un poco más de espacio en la sala, aunque tenemos roces. Por ello, me compré un celular moderno y ahí veo mis programas, ya no me importa si están en la sala o en donde sea, ya todo lo hago con mi aparato. Además, también cambiaron el módem y ahora ya me llega Internet al cuarto, ya no necesito pelear por la sala, aunque me gusta estar ahí (Elvira, 63 años).

Otro caso similar es el de Miriam, ella convive con personas mayores con quienes tiene conflictos por el uso del espacio o incluso con los objetos, muebles, comida y aparatos. Señala que antes de la pandemia ella solucionaba estos conflictos distanciándose, sin embargo, con el confinamiento eso ya no le es posible. La interacción obligada y la concurrencia del espacio compartido son factores que generan y potencian fricciones entre los miembros de las familias.

Constantemente me peleo con mi mamá (de 63 años) debido a que tiene muchos triques (cosas que van desde ropa a muebles) que ya no usa y solo le causan polvo y cucarachas. Su refrigerador tiene tiempo que ya no sirve, pero no lo quiere regalar porque piensa repararlo, lo mismo la sala y algunos muebles de madera que ya están apolillados, pero ella no quiere deshacerse de ellos, ya le hemos dicho que se puede enfermar, sobre todo ahora que estamos viviendo juntos en su casa por cuidarla. Antes del confinamiento yo solo comía con ella, pero ahora que hemos tenido que convivir más tiempo para cuidarla tenemos muchos conflictos (Miriam, 35 años).

Al respecto y retomando la perspectiva fenomenológica de Schutz (2003), el confinamiento trae por consecuencia que se entrelacen todas las dimensiones de la vida o esferas de la cotidianeidad con sus demandas tanto en tiempo y recursos como en energía. Por ejemplo, el espacio de trabajo se combina con los espacios de juego, ocio y convivencia familiar y social de tal manera que habrá discusiones laborales y domésticas difíciles de separar y más frecuentes
que cuando los espacios estaban divididos.

A veces no entienden que yo aquí estoy trabajando y que me gusta tener un espacio para eso. En el DIF, aunque también hay ruidos y distractores, es otro ambiente. Aquí los problemas de la casa me distraen más que cuando mis compañeros ponían música o cuándo escuchaba los chismes de la oficina (Elvira, 63 años).

Lo anterior, lleva a plantear la construcción del espacio doméstico desde las necesidades propias del confinamiento y la distancia social. ¿Cómo vivir juntos y cómo resistir el repliegue al espacio doméstico? Pero también a cambiar las prácticas sociales, rutinas y modos de vivir, no solo con los que se quedan en casa, sino también con los que salen. Las respuestas que se den en este sentido tienen que construirse desde lo local y a partir de las necesidades concretas de cada espacio doméstico. Y es que el confinamiento presenta una forma distinta de afrontar la cotidianeidad, poniendo a prueba la maleabilidad de las personas que tendrán que adaptarse a distintas rutinas como: desórdenes en sus horarios, medidas higiénicas no usuales, alteración en sus ciclos de sueño e, incluso, en actividades de ocio y prácticas religiosas.

Me incomoda que tenga uno que lavarse las manos constantemente con bastante jabón y agua, ahorita que la están tandeando cada tercer día, Ahora, el usar el tapabocas con este calor, es incómodo pues ni puede uno respirar y todavía hay que andarse cuidando que alguien no se nos acerque, por ello, es necesario que ya se diga que es lo que está pasando con este virus. Yo no sé si realmente el confinamiento está sirviendo o no. Todo ello me quita el sueño. Me siento como en un permanente fin de semana, pero sin ir a misa, esperando que sea lunes para que todo sea como siempre (Margarito, 64 años).

El impacto emocional que tiene el confinamiento para las personas mayores es distinto con respecto al que presentan los demás miembros del grupo doméstico. Mientras a los jóvenes los estresan sus actividades laborales lúdicas o escolares, a las personas mayores las aqueja el no poder ver a sus nietos, el contraer la enfermedad y morir solos o intubados sin poder despedirse de sus familiares; esto último especialmente en informantes con padecimientos crónicos degenerativos.

La mamá de Zohar se muestra más irritable debido a que antes de la pandemia tenía una forma de vivir muy activa, ya que pasaba a recoger a sus nietos a la escuela, iba con sus vecinos, asistía a la iglesia, visitaba enfermos e iba de compras. No poder hacer lo anterior la pone de malas y le da por dormir en el día y en la noche no puede conciliar el sueño.

Me choca la tele, las 24 horas hablan de muertos, de que ya estamos en fase tres, de que no se aplana la curva, de que estamos con el semáforo de color rojo y no podemos pasar al naranja, de que se alarga el confinamiento, de que se abren las puertas a los comercios y la gente no respeta las medidas de salud. Es como si nos llevaran corriendo y cuando ya estamos por llegar nos dicen que todavía falta más y seguimos corriendo. Eso me harta no saber cuándo va a acabar todo esto (Conchita, 72 años).

Este caso es similar al de Eva de 74 años, quien también llevaba una rutina bastante activa. Comenta que, a partir de la pandemia, ha comenzado a sufrir de hastío por no poder salir y realizar aquellas actividades a las que estaba acostumbrada; ella se caracterizaba por frecuentar bastante a sus amistades y por visitar a sus hijos; ahora, todas sus relaciones se limitan a llamadas esporádicas por teléfono. Las labores del hogar, han pasado de ser una necesidad a convertirse en un simple pasatiempo, en algo en que entretenerse para aligerar las ansias del encierro. No obstante, es de destacar que Eva ha comenzado a realizar
actividades de esparcimiento como tejer y bordar. Aunque también para Eva la cuarentena ha significado un distanciamiento de su espiritualidad, pues estaba habituada a asistir a la iglesia con frecuencia y, por lo que comenta, no ha encontrado alguna forma de sustituir esta necesidad, pues, aunque reza el rosario todas las noches con su hija, siente que algo le falta. Para ella, las prácticas religiosas cobran mayor fuerza, y mayor sentido espiritual, cuando estas son compartidas en interacción social, en donde unos a otros se identifican con sus pesares, alegrías, problemas, necesidades y expresan la manera en que la divinidad se les manifiesta en su cuerpo por medio del llanto, la sanidad, el hablar en lenguas; en la paz que se expresa en la mirada, en la alegría de una sonrisa que es difícil de captar por medio de pantallas o audios.

Arely, de manera similar, comenta que ha tenido que comenzar a reprimirse y dejar de lado sus gustos y festividades, por lo que para mantenerse ocupada se ha dedicado a limpiar su casa. Constantemente compara lo que hacía antes con lo que hace ahora, destacando que actualmente pone más cuidado en la higiene utilizando cloro en vez de pinol y cambiándose los zapatos cada vez que entra a su casa. Actividades como fiestas o momentos de ocio son sustituidas en su conversación por deberes higiénicos como lavarse los dientes con agua y carbonato. Lo único que la hace sentirse en contacto con ella misma durante el encierro son las canciones que pone todo el día y comenta que la ausencia de estas le produce una inmensa tristeza.

Los casos de Eva y Arely, se puede señalar que contrastan con el de Elvira porque esta última considera sus quehaceres como un deber y como una forma de proteger a su familia y ha buscado esparcirse tomando cursos y aprendiendo nuevas habilidades como la lectura rápida o la corrección de estilo, cuestión que le ha permitido tener un crecimiento personal y profesional. Sin embargo, cabe señalar que, para Elvira estas actividades a veces han resultado agotadoras.

Me gusta aprender cosas, siempre quise dedicarme a aprender algo fuera de mi profesión, algo que me gustara y que no fuera por obligación. Lo malo es que no sé usar las plataformas, siempre se me hacen complicadísimas y, además, tener algo más en mis horarios, tareas a las que no estaba acostumbrada; todo eso me cansa mucho (Elvira, 63 años).

Lo anterior, conduce a reflexionar sobre diversos aspectos relacionados con las formas de esparcimiento. Al contrastar ambos casos se observa que Eva, de mayor edad, se distrae con actividades de mero esparcimiento que no le implican nuevos aprendizajes ni el cumplimiento de tareas o deberes; al tejer ella lo hace porque quiere y cuando quiere, no obstante, estas actividades no son suficientes para calmar su ansiedad por el incremento de número de muertos por COVID-19. Elvira, por otro lado, busca actividades que la activen y cultiven como persona y profesional, aunque estas le exijan ir más allá de sus capacidades y la obliguen a adaptarse a nuevas rutinas. En este sentido, la variable etaria cobra relevancia, pues permite explicar el qué y el cómo de las acciones de los mayores, pues define sus capacidades y sus gustos, así como sus necesidades y prioridades.

La situación de Arely permite reflexionar en torno a las instituciones totales que menciona Goffman (2001) que, en resumen, pueden entenderse como espacios en los que se ejerce un control opresivo sobre distintos aspectos de la vida como el control de los horarios, las formas de interacción y, en este caso, las normas y exigencias higiénicas que rompen con el dinamismo de la cotidianeidad, pero también tiene que ver con la agencia expresada por Long (2007), pues la informante racionaliza su situación y la transforma. Esto debido a que ella intenta romper con este ambiente con elementos lúdicos como la música, por lo que puede afirmarse que este es un recurso de los mayores para retomar ese contacto consigo mismos y dotar de naturalidad a su espacio de vida reconquistándolo y haciéndolo diferente de aquellos ambientes controlados como podrían ser los hospitales.3

En el caso de Negia de 80 años, ella alude que su hogar no se ha vuelto un espacio hostil, aunque, debido a la excesiva higiene que ahora tiene, lo controlado del ambiente y el encierro, se comenzó a sentir más dependiente de sus hijas y de Dios. Esto es sumamente interesante de analizar y tomar en cuenta, pues en el caso de las personas entradas en años puede desembocar en fuertes episodios depresivos. En este sentido, cabe reflexionar qué tipo de espacios abre y cierra esta pandemia y la forma en que las personas se relacionan con su hogar y las transformaciones que hay en el mismo:

Fernanda de 66 años, comenta que siente que depende más de ciertos servicios; por ejemplo, ha visto que su consumo de agua, luz, teléfono se ha incrementado y ha tenido que buscar quién le haga mandados. Quién le venga a cortar el pelo, o le ayude con las labores de higiene que debe tener para sentirse segura. Consume más productos como vinagre o sprays o geles, y ha comenzado a desarrollar cierto temor hacia personas desconocidas o ajenas a su hogar, como la persona que trae el gas o quien la ayuda a poner los garrafones de agua en su cocina y que por necesidad tienen que pasar al interior de su hogar. Ella se siente expuesta y muestra un constante sentimiento de temor que erosiona sus relaciones con el exterior; de hecho, comenta que teme besar o abrazar a sus familiares dada su percepción del peligro que esto representa. Luego entonces, habrá que reflexionar como la forma en que las personas perciben el riesgo impacta en sus relaciones y dinámicas y buscar mejores y más exactos canales y propuestas de información para evitar una paranoia o miedo que erosione el tejido social, tal como se observa en este caso.

Por otro lado, el confinamiento ha hecho que Elvira se entere de noticias de sus familiares, tanto los que viven con ella como los que no, lo que le hace absorber como esponja sus problemas, ya que recurren a ella para comentarle sus necesidades. Al respecto comenta:

Tengo una sobrina que es asmática y trabaja en comunidad en los programas sociales de SEDESOL. El otro día comenzó a sentirse mal y su marido no quiso llevarla al doctor. Yo no sabía qué hacer, me decía que no quería preocupar a sus papás. Yo no tenía a quién hablarle para que la auxiliara. Sentí mucha desesperación cuando me dijo que le faltaba el aire. Gracias a Dios, ella entró en razón y le insistió a su marido quien la llevó al hospital. Me quedé hasta las once de la noche despierta, pendiente de que estuviera bien; la ayudé, aunque fuera por teléfono con mi compañía (Elvira, 63 años).

Con todo lo observado, se puede argumentar que la pandemia se percibe no tanto por su peligrosidad, sino por el tiempo de duración, por las necesidades de interacción social a que se está acostumbrado y la incapacidad de realizarlas. Especialmente, se extraña el tacto con los seres queridos y molesta el higienizmo exacerbado y el rompimiento de las actividades colectivas, especialmente las laborales, las religiosas y las de ocio. Al respecto, ilustra el caso de Carmen, quien, si bien no tiene una rutina muy activa en cuanto a salidas, que permanecer en casa la ha llevado a separarse y distanciarse de la gente de su colonia y a no participar en eventos de su vecindario. Las visitas de la familia son otra cosa que extraña, pues a partir de la pandemia dejó de ver a sus hijos. Los mandados y la asistencia a rosarios y misas son cosas que también ha dejado de hacer. La soledad de la que son objeto las personas mayores y la preocupación que tienen por el deterioro de sus relaciones se hace evidente ante la disminución de actividades de convivencia. Por otro lado, destaca el problema de la movilidad y las distancias, pues, con la situación sanitaria actual, las salidas prolongadas a la calle significan un riesgo de salud con el que las familias no siempre pueden lidiar y que, en el caso de Carmen, implica que disminuyan las visitas de los familiares debido a que viven lejos. Habrá que reflexionar también, del miedo al contagio, pues el otro, pasa a ser causa de temor, sobre todo de las personas mayores y las que tienen problemas de salud grave. Se vive, en otras palabras, dentro de una cultura del miedo a contagiar o a ser contagiado, cuestión que las personas mayores afrontan llevando un excesivo cuidado sanitario y examinando sobre aquellos momentos del día en que han pasado por alto alguna norma. Carmen, por ejemplo,
comenta que se lava frecuentemente las manos y que cuando sale a mandados utiliza constantemente el gel antibacterial y cubrebocas, aunque esto no la tranquiliza del todo. Elvira, por su parte, comenta que aun cuando trata de seguir las normas de manera meticulosa, en ocasiones se olvida de limpiarse los zapatos al entrar a su casa o se sirve agua o hielo sin desinfectarse las manos, lo que trae por consecuencia que pase varios días preocupada de no contraer los síntomas. Será, entonces, necesario indagar en la forma en que las personas mayores gestionan el miedo y repensar en soluciones que les permitan estar informados de manera adecuada sobre las distintas medidas preventivas y formas de contagio, ya que, de lo contrario, esto puede afectarlos ya no solo en lo físico, sino también en lo social y lo emocional.

Con relación a lo expresado anteriormente, el caso de Carmen muestra que ella ha implementado ciertas estrategias o medidas para no sentirse tan aislada o sola; por ejemplo: llama constantemente a sus amistades y a sus familiares. Sin embargo, habrá que reflexionar sobre la calidad de las comunicaciones, pues comenta que los principales temas de conversación giran en torno al COVID-19 y las novedades que hay en el pueblo o la región relacionadas estrechamente con la pandemia. Esto es digno de resaltar porque en algún momento las interacciones se reducirán a: “qué pasa con el virus”, “cuántos contagiados hay”, “cuántos muertos”. De ahí que habrá que aprender a romper con este
tipo de conversaciones y volver a interactuar sobre aquellas cuestiones que, como personas, nos unen y nos fortalecen. Será necesario, por un lado, recobrar esa memoria histórica y biográfica para encontrar significados y experiencias que vayan más allá de la agobiante realidad de la pandemia; se tendrá que reapropiarse de la vida e insertar a la pandemia en ella para así afrontarla como un problema o una cuestión más y no sufrirla como algo que define y determina las relaciones y que coarta la capacidad de
agencia.

Las normas para hacer frente al COVID-19, tanto al interior del grupo doméstico, como con quienes vienen de fuera, fueron cuestiones que salieron frecuentemente en la investigación:

Cuando llego de la calle, me limpio los zapatos en una jerga empapada en cloro. Afuera, en el marco de la ventana hay gel para que se pongan las visitas y nosotros antes de entrar. Cuando salgo a la calle me llevo gel y me lo aplico constantemente. Salgo a tiendas que están cerca y en horas en que haya menos gente en las calles
para salir tranquila. Todos en la casa siguen estas normas, hasta las señoras que vienen por abonos de ventas por catálogo. Y aunque a veces mi hermana
se desespera por que la obligo a cumplir estas disposiciones, hemos podido llevar las normas (Elvira, 63 años).

En el contexto rural, Francisco, campesino de 82 años, comenta que no tiene conflictos con el confinamiento ni con las medidas impuestas, señala que no tiene mucho contacto con las personas: con sus hijos habla por teléfono porque se han ido a vivir fuera de su comunidad desde hace tiempo y con sus vecinos se saluda de lejos sin establecer contacto cercano. Al interior de su hogar no tiene alguna norma, “si acaso me lavo las manos ahora más que antes”, Sin embargo, comenta sentirse algo incómodo, porque a causa de la pandemia ha tenido que vivir cerca de su ex esposa y una hija, cuestión un poco problemática, ya que en muchos momentos se le torna extraña, no ahonda en cuestiones como problemas y discusiones; de hecho, en la entrevista, reafirma constantemente llevarse bien con sus familiares. En este sentido, se vuelve imperante encontrar nuevas estrategias para visibilizar estos conflictos, ya que muchas veces, las personas mayores, por la dependencia que tienen de sus familiares y los cuidados que estos pueden
brindarles, pasan por alto maltratos, agresiones y escenarios o climas de violencia que merman su salud, física, mental, social e incluso espiritual.

Hay casos donde las normas de higiene no se llevan a cabo porque se considera que una divinidad brinda protección de todo mal. Por ejemplo, Fernanda de 66 años piensa que, si bien el virus existe, ella tiene puesta su confianza en su creador divino; no usa cubre bocas, ni guarda la sana distancia, sin embargo, respeta a quien, si toma en cuenta las medidas de salud, aunque cuando platica con sus familiares o vecinos que quieren que se protejan, trata de persuadirlos de confiar en Dios para que les de su protección. Aquí la divinidad tiene injerencia en este fenómeno y las personas se someten o aceptan su voluntad sin preocuparse por descifrarla.

Hay otros casos en los que el descontrol en las normas sanitarias se da por la insistencia de familiares a reunirse. Dulce de 64 años comenta que ella permanece en casa con la puerta cerrada y que, pese a que quisiera descansar y estar aislada, no es posible cuando oye a sus nietos que le tocan la puerta. Otro caso es el de Martina, que se reúne con sus familiares y descuidan aspectos como el uso del cubrebocas o la desinfección de las manos y la ropa. Ella piensa que lo anterior no presenta problemas, ya que solo conviven entre familia sin que haya personas extrañas que puedan representar un riesgo de infección.

Afortunadamente, aun cuando los mayores son población de riesgo, el peligro disminuye debido a que, independientemente de la condición social o económica, tienen rutinas más fijas e interacciones más controladas y movilizaciones relativamente cortas, en comparación con otros sectores de la población. Como se puede observar, con algunas excepciones, la reproducción cotidiana de la vida es lo más valioso para los informantes; lo que hace que haya formas específicas en que se vive la pandemia. Es el hogar, el resguardo donde se brinda el cuidado, donde puede uno protegerse con más elementos a la mano, donde se encuentra el alimento, se dictan y generan las estrategias y normas de higiene que pueden alejar las enfermedades, es el espacio donde se puede controlar y disponer con autonomía que hacer y que no hacer y donde se sabe que no se está solo, donde las familias parecen confiar en sus integrantes y minimizar el riesgo de los agentes externos que comparten el espacio con ellos. En fin, es un espacio autónomo controlado y protegido por la divinidad.

Perspectivas y prospectivas sobre la pandemia

Con relación a las percepciones que tienen las personas entrevistadas sobre la pandemia, Elvira comenta que ella comprendió de inmediato su gravedad y que se ha atenido a los comunicados de la Secretaría de Salud y demás autoridades sanitarias sin poner objeción. Se apega a las normas institucionales sin cuestionarlas y toma las precauciones máximas desde un inicio; su formación como personal de salud le permitió tener una constante vigilancia y cuidado de su cuerpo. Considera que, cuidándose y manteniendo un buen estado físico, puede hacer frente a la enfermedad sin mayores problemas.

La situación de Elvira contrasta con la de Margarito de 64 años, quien, aún consciente de su hipertensión y de que debe seguir ciertos cuidados, no lleva su tratamiento, lo que hace que se mantenga en un constante estado de preocupación. Comenta Margarito que, aun cuando intenta seguir las normas sanitarias alterando su rutina, lavándose las manos constantemente, quitándose los zapatos al entrar a su casa después de haber salido y enjuagándose la cara, entre otras, considera que el hecho de ser hipertenso lo vuelve vulnerable y piensa en los peores escenarios y complicaciones que pueden darse a causa del COVID-19. Con relación a este informante, se observa que su enfermedad le preocupa porque, a causa de las restricciones que hay por la pandemia en su comunidad, no puede cuidar de su problema cardiovascular como se lo han indicado los doctores: hay veces que no puede salir a caminar o a hacer ejercicios; señala que se siente tan estresado que por las noches se le va el sueño y dice que se le va en pensar en muchas cosas. Esto evidencia el desgaste emocional del que pueden ser objeto las personas mayores que, ya de por sí, se ven en dificultades para seguir dietas saludables, rutinas controladas o programas de ejercicios, pues a causa de la pandemia, los espacios para ejercitarse se encuentran cerrados y los alimentos son cada vez más escasos, lo que implica que, independientemente del nivel económico, sea más difícil para los mayores mantener su buena salud física y hacer frente a las enfermedades crónico degenerativas. En otras palabras, el COVID-19 no viene a sustituir los padecimientos que actualmente sufren las personas mayores, más bien se suma a ellos y los complica, pues el cuerpo se debilita en el confinamiento.

La hermana de Elvira, al igual que Margarito, comenta que es presa de sentimientos de temor y angustia por lo que pueda pasar. En su caso se destaca el hecho de que ella padece depresión, cuestión que se ve agravada porque los medicamentos que requiere son controlados y para obtenerlos debe de acudir a una costosa consulta psiquiátrica y a costos elevados, ya que no quiere ir al IMSS por temor a contagiarse.

Arely, por otro lado, comenta que siente su salud estable y que el confinamiento le ha permitido cuidarse más; compara, particularmente sus hábitos alimenticios actuales con los de antes y dice que en el pasado comía muchos carbohidratos cuando iba a fiestas. Sin embargo, destaca que no todo es positivo y que resiente mucho la falta de ejercicio, aunque trata de sopesar esto conviviendo con su nieta con quien juega, escucha música y baila. Comenta que, también, ha dedicado tiempo a sus plantas y que se ha vuelto más meticulosa en el aseo y metódica en sus rutas, de tal suerte que no vaga por las calles sin rumbo fijo y se centra en tareas concretas.

Habrá, entonces, que poner en una balanza las cuestiones positivas y negativas que devienen del confinamiento, o bien, sopesar los cambios, pues el ejercicio en solitario no tiene los mismos efectos que la convivencia y actividad familiar natural, como se puede observar en este caso; vale la pena, en esta situación, incluso, suponer que la convivencia de la persona mayor con sus nietas le brinda satisfacciones emocionales positivas más significativas que las que le da el ejercicio; lo mismo puede decirse de su afición por la jardinería. Comúnmente las medidas para la preservación de la salud que se aconsejan en los hospitales se sienten como algo ajeno e incluso desagradable o hasta antinatural o alejado del gusto. Dietas con pocos condimentos, comida con poca grasa, ingesta constante de alimento o rutinas de ejercicio, son actividades que hacen sentir a la persona más en un ambiente controlado y que incluso refuerzan su autopercepción como enfermos (Goffman, 2001). Tal vez, con la llegada de la pandemia, es posible, para las personas desarrollar y para los antropólogos distinguir, rutinas, comportamientos y acciones propias de una vida más sana y natural que mejore nuestra resistencia no solo ante el COVID sino ante otros padecimientos; tal vez estas medidas se conviertan en el aliciente para administrar mejor el tiempo, convivir más con la familia y mejorar las relaciones tanto en lo privado como en lo público.

Primitivo de 81 años, considera que el COVID-19 es algo con lo que los grupos del poder intentan espantar a la población. Señala que el riesgo de contagio es mínimo y que solo se da si se come del mismo plato, o bien, por estar cerca de una persona infectada por mucho tiempo. No se percibe vulnerable en ningún momento, pues comenta haber sobrevivido a la tosferina que, desde su punto de vista, fue mucho más letal que el coronavirus.

María Ángela de 81 años parece vivir la pandemia sin sobresaltos y de forma solitaria, cuestión que se puede relacionar por su avanzada edad. No tiene ninguna prospectiva, en el sentido de que “ella piense que pasará algo”, más bien expresa un deseo de que todo vuelva a ser como antes. Caso contrario es el de Carmen, quien está preocupada porque las personas son muy necias y no acatan las disposiciones de salud; considera que sí no hay cuidado no se podrá salir de esta pandemia.

 

Otro caso es el de Adelina de 60 años para quien las noticias la ponen de nervios y no se concentra en lo que esté haciendo.

Cuando oigo sobre la pandemia, me retiro del lugar o le cambio de canal o de estación. No quiero saber nada sobre ello, ni tengo alguna solución a este problema Yo creo que todos vamos a morir de algo, para que estar pensando desde ahora sobre ello. Es mejor vivir muriendo y no morir viviendo. Sea lo que sea, será lo que Dios quiera (Adelina, 60 años).

Similar es el caso de Negia, quien comenta que las noticas y los rumores que vienen por parte de sus familiares le producen mucha ansiedad, pues de alguna manera se proyecta a sí misma pensando que puede llegar a vivir los peores escenarios de contagio y muerte. Esto es interesante porque, en cierto modo, esto nos habla de la naturaleza social de las personas y de cómo, a pesar de que se viva con cierto aislamiento, también es posible que la persona mayor pueda, en cierto modo, concientizarse y empatizar con las vivencias de otros, aun cuando sean desconocidos. La importancia de tomar estos datos en consideración en el análisis antropológico es que permite observar la importancia que cobra la experiencia, verdad y comprensión social de la enfermedad que tiene mucha más conexión con la vida personal que lo que se presume como conocimiento científico o exacto. En otras palabras, los datos que se obtienen cobran gran relevancia para la antropología, pues con métodos como la etnografía, las reconstrucciones biográficas o las entrevistas a profundidad es posible indagar en experiencias más humanas y particulares, pero no por eso desconectadas de lo social y lo universal.

Elvira señala que la pandemia vendrá a trastrocar los estilos y formas de vida de las personas, orillándolas a normalizar determinadas medidas que tienen que ver con la higiene. Señala que la humanidad tiene la capacidad de adaptarse a nuevas formas de vivir.

El coronavirus llegó para quedarse, nuestra forma de vivir cambiará, afectará todas nuestras esferas sociales, todas las facetas de nuestra vida. Ocurrirá lo mismo que con otros virus. La humanidad, como lo ha hecho antes, buscará una vacuna, nuevas formas de vivir (Elvira 63 años).

Como se puede observar las percepciones y prospectivas que tienen las personas entrevistadas sobre la pandemia se generan con base en la forma en cómo se procesan las experiencias cotidianas con las que se encara el COVID-19. Es desde esta experiencia donde se toma conciencia y se configura el conocimiento capaz de hacer frente a lo desconocido.

Reflexiones

Para quienes hacemos antropología es un desafío abordar el estudio de la pandemia y producir un conocimiento que pueda ser útil para las personas mayores y especialmente poder decir qué se debe hacer en un contexto donde hay una gran incertidumbre, miedo, impotencia, ansiedad y frustración por lo que va a pasar y donde lo que necesitan lo consiguen cada vez con más dificultad.

¿Cómo dar opciones a las PM para continuar su camino en medio de esta realidad?

El antropólogo es responsable de las personas mayores, ya que puede infectarlas, pero a la vez, protegerlas para que no sean contagiadas. La vida, tanto de estas personas como la del antropólogo, dependen de la vinculación que inevitablemente se tiene. Se comparte el mismo espacio, el mismo aire, hay un encuentro frecuente. La pandemia involucra a todos de manera directa y obliga a aprender a vivir con el miedo y con el virus, a buscar certezas en medio de la incertidumbre. La antropología puede dar pistas de cómo encarar la pandemia desde la experiencia que se va generando y configurando a través de la cotidianidad, ya que conecta las pequeñas historias y relatos con el análisis que brinda el conocimiento académico.

En este sentido, la investigación mostró, por un lado, las marcas que han hecho surcos en la vida de las personas mayores y, la marcha de los problemas que tienen en la vida cotidiana ante el COVID-19. Poder particularizar esta experiencia a través de la etnografía, permitió entender qué es lo que está ocurriendo con las PM en contextos específicos, qué tanto está siendo afectada su vida y qué tanto se tendrá que cambiar en el futuro.

Con base en lo anterior, el trabajo muestra que las personas mayores viven en contextos diversos de vulnerabilidad, pobreza y resiliencia. Se observó que estos contextos se van configurando en el trayecto de la vida, imprimiendo una herencia biológica y social centrada en la vida laboral, el desempleo, la precariedad y el contexto social donde se desarrolla la existencia impactada por los acontecimientos políticos, económicos que generan diversas experiencias acumuladas que configuran maneras de llegar a la vejez.

Son justamente estas experiencias las que revelan que las personas mayores tienen una fuerte relación con el espacio doméstico y con la etapa de la vida en que se encuentran. El confinamiento los ha obligado a compartir un espacio donde los límites entre las esferas íntimas y privadas se desvanecen a tal grado que los conflictos quedan a la orden del día. Y es que la inesperada discontinuidad en el flujo de la cotidianeidad les hace asumir una actitud circunstancial de vivir en “un largo fin de semana” que implica que se muestren alteraciones y tensiones en su vida familiar, individual y grupal, debido a que no se está girando en el eje de su vida cotidiana y tienen que adoptar medidas de salud y aislamiento que operan como un marco en el que ahora las PM tendrán que resolver el día a día, pero con una inseguridad y con el peligro de enfermarse e, incluso, morir.

Estas incertidumbres generaron mecanismos de defensa para mitigar la pandemia y de confinamiento que han resultado en un impulso para que descubrieran formas nuevas de movilizar los recursos, e incluso de preservar y racionar los ingresos. Algunos sujetos de estudio descubrieron que pueden hacer mucho con poco, para otras, fue un reto el mantener relaciones sanas, pues, ante la convivencia forzada, tuvieron que encontrar alternativas para calmarse, dialogar, intimar y empatizar, así como atenerse a la necesidad de cooperar. Básicamente, fue un reencuentro y un redescubrimiento entre los miembros de la familia, quienes, por sus labores diarias, no conocían su carácter, sus manías y sus formas de ser y estar en el mundo.

Obviamente, que los efectos de la desorganización y desestructuración de una realidad compartida en la que se vive, así como un sentido de reorganizar la vida cotidiana en contextos diversos fueron centrales al recoger los relatos de los actores sociales. Especialmente, se indagó en qué se hace ante lo imprevisible e inesperado, ante la falta de credibilidad de las fuentes oficiales y ante la pérdida de fuentes de ingreso, en donde los mayores se ven obligados a ganarse el pan diario haciendo actividades en las que poco o nada se han dedicado. Todo esto en un marco de medidas impuestas en lo que se refiere al uso del espacio y cuidados, en el que las formas de convivencia exigen formarse en hábitos y medidas que por lo general no encajan con la cotidianeidad y dominio en que se vive.

Los dilemas entre salud, vida cotidiana, economía y relaciones sociales, perturbaron el entendimiento de lo que está pasando y las personas mayores lo manifiestan en interrogantes como: ¿Qué vamos a comer? ¿De dónde y cómo voy a trabajar? No interesa tanto el si se contagia o no, lo que importa es: ¿qué va pasar si todo continúa así por más tiempo?

Se debe agregar que, si bien es cierto que las personas mayores han reducido en forma notable su movilidad y pasan más tiempo en sus casas, el aislamiento no es curativo, ya que se pueden crear sentimientos de soledad, tristeza, depresión, ansiedad y el miedo a morir con el que son bombardeados por todos los medios de comunicación.

 

Fue importante notar la distinción entre los viejos jóvenes de 60 a 75 y los entrados en años, de 75 y más años. Los primeros pueden no necesitar ayuda, son más autónomos y se encuentran comunicados a través de redes de apoyo entre sus familiares y vecinos, ya sea a través del teléfono o el celular, o bien con sus vecinos que están a su lado. Por otro lado, el segundo grupo es más vulnerable, ya que algunos deben ser atendidos por cuidadores que, por el confinamiento, no pueden asistirlos y esto ha obligado a los hijos a una convivencia forzada que provoca discusiones y nuevas formas de aprender a cohabitar, por lo regular, en condiciones de hacinamiento.

Ahora, si bien es cierto que la pandemia es un fenómeno biomédico, donde el cuerpo es el lugar de la vulnerabilidad, donde acecha la enfermedad y la muerte; la reproducción del virus es social y económica e intervienen patrones culturales políticos y religiosos, especialmente en la interacción social y en el manejo de espacios por donde circula y se maneja la pandemia. Por lo tanto, se tiene que centrar la atención en la organización de la vida con una visión clara, teniendo en cuenta el sentido que los informantes han expresado, independientemente que se haya dicho que el virus es una mentira, que el confinamiento no sirve de nada, que las medidas higiénicas son difíciles de llevar a cabo.

Luego en entonces, por mucha voluntad y disposición que tenga el gobierno y por mucha madurez que haya en las políticas públicas y en las medidas de salud, mientras la gente no haga lo suyo, nada de esto funcionará. Se tiene que pensar en que se deben formar nuevos hábitos, y eso, va a depender mucho de cada familia, de cada persona y de la conciencia que se tenga con relación al cuidado. Existe un riesgo con los grupos más vulnerables, pero hay que recordar que el riesgo es socialmente construido y que, por lo tanto, se tiene que promover como sociedad el hecho de que se diseñen y se lleven a cabo políticas públicas adecuadas de prevención, contención y mitigación que respondan a este tipo de riesgos antes de que suceda.

Será, entonces necesario, recurrir a respuestas culturales antes que coercitivas y económicas, reflexionar sobre cuestiones como el hecho de que las personas mayores pese a las limitantes físicas, mentales y espaciales que viven diseñan y organizan estrategias para afrontar su realidad, mostrando así su capacidad de agencia que en cierto sentido brinda más seguridad que las medidas represivas e hignienizantes, que impiden que los hogares se conviertan en extensiones de hospitales y que al final permiten recobrar la alegría, la esperanza e incluso fomentar la solidaridad y la empatía.

 

Se requiere una capacitación adecuada para lo que va a ocurrir, que permita vivir juntos, en cercanía, a pesar del riesgo. No se puede vivir separados estamos vinculados uno con el otro, en las superficies, en el aire, en las cosas que se tocan, en el cómo se vive.

La pregunta entonces que queda en el aire es: ¿se quiere vivir en un mundo estructurado por la distancia y el alistamiento?

La respuesta es no, ya que para que este mundo sea viable no solamente debemos de tener las condiciones para vivir, sino también el deseo de vivir y los informantes en este trabajo han mostrado que la vida vale más muriendo en vida que en vida muriendo y que la existencia humana está en manos de otros y en manos nuestras la vida de los otros.

Bibliografía

Ammerman, Nancy

(2007) Everyday religion: Observing Modern Religious Lives, Oxford: Oxford University Press.

Goffman, Erving

(2001) Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Buenos Aires, Amorrortu.

Restrepo, Eduardo

(2018) Etnografía: alcances, técnicas y éticas, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Schutz, Alfred

(2003) Las estructuras del mundo de la vida, Amorrortu, Argentina.

 

 

1 Ammerman (2007) habla del enfoque de Religión vivida como una alternativa al análisis institucionalizado de la religión. Cabe señalar que en este caso no se habla de un fenómeno religioso, pero sí de un fenómeno global que desea abordarse desde lo específico y desde la subjetividad de los informantes.

2 Con el confinamiento es interesante observar que la red familiar de Elvira se ha fortalecido, ya que sus sobrinos, su hermana y su mamá han comenzado a ser más unidos, al estar más en
su casa, pues con estas personas comparte la vivienda. En el caso de Martina, las relaciones con su familia se han mantenido iguales.

3 El exceso de higiene que se vive en los espacios domésticos los asemeja más a los hospitales, cuestión que puede afectar emocionalmente a las personas que, en el peor de los casos pueden, sentir que están en un ambiente en el que la enfermedad está presente en el ansia de control excesivo y el miedo constante a contagiarse de COVID-19.

ANTROPOLOGÍA AMERICANA, vol. 5, núm. 10 (2020), pp. 139-162 ISSN (impresa): 2521-7607 ISSN (en línea): 2521-7615