Tras las aguaS SAGRADAS: REPRESENTACIONES, MATERIALIDADES Y AGENCIAS DEL
RÍO GUADALAJARA DE BUGA

Carolina Céspedes Arce

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, México
correo electrónico: caroldancess@gmail.com

Recibido: el 23 de septiembre de 2019; aceptado: el 10 de noviembre de 2019

Resumen: Este artículo busca analizar los múltiples paisajes que se han producido y transformado a lo largo del río Guadalajara de Buga (en cuanto agente que atraviesa de oriente a occidente la ciudad que lleva su mismo nombre), y la manera en que éstos paisajes hídricos con sus diversos agentes (humanos y no humanos), formas de poder, relacionamientos, prácticas y significados particulares pueden reconocerse más allá de la distinción entre naturaleza-sociedad, rural-urbano, y traducirse en estrategias de acción que aporten a la sustentabilidad hídrica y al análisis de los procesos de gobernanza del agua de cara a los procesos de planificación e implementación de políticas ambientales.

Palabras clave: paisajes hídricos, relaciones de poder, gobernanza del agua, sustentabilidad hídrica.

BEHIND THE SACRED WATERS: REPRESENTATIONS, MATERIALITIES AND AGENCIES OF THE GUADALAJARA RIVER OF BUGA

 

Abstract: This article seeks to analyze the multiple landscapes that have been produced and transformed along the Guadalajara de Buga River (as an agent that crosses the city that bears the same name from east to west), and the way in which these water landscapes with their various agents (human and non-human), forms of power, relationships, practices and particular meanings that could be recognized beyond the distinction between nature-society, rural-urban, and translate into action strategies that contribute to water sustainability and the analysis of water governance processes for planning and implementation of environmental policies.

 

Key words: water landscapes, power relations, water governance, water sustainability.

Introducción

La reflexión sobre ¿cómo son producidos y transformados los paisajes? despierta un interés antropológico en razón de la singularidad que estos comprenden, pero a la vez, por su complejidad, por las formas de poder, relaciones, prácticas y procesos que surgen en y desde ellos; y los constantes cambios, resultado de los movimientos, conexiones o desconexiones entre lugares (rural y urbano; zona alta, media y plana) y agentes (locales y globales, humanos y no humanos) que generan múltiples experiencias, construcciones y significados.

     El concepto de “waterscape”, paisaje de agua, fluvial o hídrico usado desde diversos ámbitos teóricos como la arquitectura, la planificación urbana y más recientemente en la ecología política (Karpouzoglou, 2017), se retoma aquí para reconocer las relaciones entre agua y sociedad a través del tiempo, sus dinámicas y entrecruzamientos, entendiendo que éstas no pueden existir de manera separada. Interesa reflexionar sobre el paisaje como un proceso que involucra la interacción de agentes materiales y socioculturales con sus dinámicas de poder, percepciones, sentidos y significados particulares y cambiantes que llevan a considerarlo como un productor de representaciones y agencias (Ribas, 2006; Ingold, 1993; 2000; Hirsch y O’Hanlon, 1995; Tilley, 1994).

     Este artículo busca analizar los múltiples paisajes que se han producido y transformado a lo largo del río Guadalajara de Buga (en cuanto agente que atraviesa de oriente a occidente la ciudad que lleva su mismo nombre), y la manera en que éstos paisajes hídricos con sus diversos agentes (humanos y no humanos), formas de poder, relacionamientos, prácticas y significados particulares pueden reconocerse más allá de la distinción entre naturaleza-sociedad, rural-urbano, y traducirse en estrategias de acción que aporten a la sustentabilidad hídrica y al análisis de los procesos de gobernanza del agua de cara a los procesos de planificación e implementación de políticas ambientales.

     A partir de recorridos etnográficos, entrevistas, observación participante con representantes de acueductos comunitarios y la revisión de material documental, se retoma la constante experiencia de producción y transformación de paisajes hídricos en la ciudad de Guadalajara de Buga, por cuanto a lo largo del tiempo los pobladores locales han experimentado la interacción de múltiples agentes quienes —desde sus experiencias, construcciones y significados— han limitado o posibilitado el acceso, control, usos y gestión del agua y generado transformaciones en sus paisajes hídricos. Sus narrativas, representaciones, fronteras, redes y formas de poder dan cuenta de distintas valoraciones, usos y apropiaciones del recurso que pueden servir de elemento referente y articulador en los procesos de planificación y gestión hídrica.

     El texto está dividido en tres partes. En primer lugar, se presenta una aproximación al contexto geográfico que comprende el río Guadalajara de Buga. En segundo lugar, se describen los paisajes hídricos (producidos y transformados) desde un recorrido histórico que abarca la fundación de la ciudad y momentos de cambios socionaturales derivados de procesos económicos (consolidación de la ciudad en centro agrícola y ganadero geoestratégico, expansión urbana y turismo). Finalmente, se exponen algunas reflexiones sobre las limitaciones, posibilidades y retos de incorporar lecturas del paisaje hídrico para el análisis de los procesos de gobernanza del agua y sustentabilidad del recurso.

De páramos, ríos, humedales y valles:
aproximaciones geográficas del río Guadalajara de Buga

La cuenca hidrográfica del río Guadalajara de Buga se ubica en la zona centro del departamento del Valle del Cauca, sobre el lado occidental de la cordillera Central, al suroccidente de Colombia y se extiende desde el páramo de Las Domínguez en la cordillera Central (cerro Pan de Azúcar) hasta el río Cauca (CVC, 2011). Comprende 31 160.89 hectáreas, de las cuales, un 65.4% corresponde a la zona de ladera y el 34.6% a la zona plana del valle geográfico del río Cauca, con alturas que oscilan entre los 930 y 3 750msnm; la longitud de su cauce es de 20.90km (Fernández, 2009).[1]

     Esta cuenca es compartida por las municipalidades de Buga (93.89%),[2] San Pedro (6.092%),[3] Guacarí, Ginebra y Tulua (0.01%); está integrada por las áreas de drenaje de los ríos Guadalajara, Chambimbal, Presidente y Quebradaseca, y a su vez, integra la gran cuenca del río Cauca; alberga el área protegida de la Reserva Forestal Protectora de Buga, la Reserva Natural Laguna de Sonso y el sistema de humedales conformado por la Laguna de Sonso o El Chircal, la ciénaga El Conchal o Tiacuante y las madreviejas del Cedral, El Burro, La Marina, La Trozada y Canta Claro, ecosistemas que son considerados patrimonio ambiental para la producción de agua (CVC, 2011).

     Cabe aclarar que para este ejercicio se tendrán en cuenta los paisajes hídricos que atraviesan la ciudad de Buga, donde se reconocen tres divisiones geográficas asociadas a: la producción hídrica (zona alta); ganadería extensiva (zona media) y monocultivo de la caña de azúcar (zona plana). Así mismo, se abordarán las narrativas, representaciones, fronteras, redes y formas de poder de los diversos agentes quienes han limitado o posibilitado la gestión del agua a lo largo del tiempo, en aras de reconocer sus valoraciones del recurso y orientar procesos de planificación y gestión hídrica desde la apropiación social y sustentabilidad del recurso.

 

 

Foto río Guadalajara_bocatoma zona media

Fotografía 1. Río Guadalajara de Buga a la altura de la bocatoma (zona media)

Fuente: propia, 26 de julio de 2018

 

Guadalajara de Buga: ciudad, río y santuario

Aunque en la literatura consultada aparece de manera indistinta la categoría de municipio o ciudad, Buga o Guadalajara de Buga se considerará aquí como ciudad geoestratégicamente ubicada en relación a su cercanía con la salida al mar (Puerto de Buenaventura), la interconexión que presentan sus vías con el resto del país (carreteras Panamericana y Panorama) y su riqueza ambiental.

 

 

Mapa de las fundaciones de Buga

 

Mapa 1. Mapa hidrográfico de Buga. Fuente: Banderas (1944: 41)

     Guadalajara de Buga limita al norte con el municipio de San Pedro por la quebrada de Presidente; al sur con el municipio de Guacarí por el río Sonso; al oriente con el departamento del Tolima por la sierra alta de la Cordillera Central, desde el nacimiento del río Tuluá hasta un punto frente al nacimiento del río Sonso; al occidente con el municipio de Yotoco por el río Cauca; al noroeste con el municipio de Tuluá, por el río Tuluá hasta su nacimiento en el páramo de Barragán y al sureste con el municipio de Ginebra[4] (Valencia, 1997).

     Según el Observatorio del Sistema de Ciudades del Departamento Nacional de Planeación (2018), Buga tiene una extensión de 873km2 con 115 432 habitantes; presenta un registro de 6 638 predios rurales y 32 111 predios urbanos que se distribuyen en 6 comunas (área urbana), 18 corregimientos y 46 veredas (área rural); y se encuentra con un índice de ciudades modernas del 41.28% en relación con el mayor porcentaje que corresponde a la ciudad de Bogotá (60.59%).

     No obstante, una de las mayores vulnerabilidades de riesgo que presenta la ciudad frente al tema de gestión del territorio se relaciona, por un lado, con la remoción en masa (barrio Alto Bonito), avenidas torrenciales e inundaciones (Barrios El Jardín, Jorge Eliécer Gaitán, La Honda, Popular, María Luisa de la Espada) por las quebradas Chambimbal, La Honda y la Pachita que son afluentes del río Guadalajara (Meneses y Cárdenas, 2011; CVC, 2011), aunque existen otras fuentes hídricas entre ríos (Cauca, Tuluá, Sonso), quebradas (Quebradaseca, La Pachita, Lechugas y La Magdalena) y un sistema de humedales que también inciden en el paisaje según la temporada invernal o de sequía.

     Por otro lado, se presentan niveles de insustentabilidad hídrica debido al deterioro de las cuencas abastecedoras, pérdida de cobertura boscosa en zonas de protección de fuentes hidrográficas, contaminación del recurso hídrico por vertimientos (residuales, industriales, agropecuarios y domésticos), usos inadecuados del agua y de residuos sólidos, erosión de suelos, fallas geológicas y falta de articulación interinstitucional (CVC, 2011; Fernández, 2009; Suárez, 2004). Razones que según Fernández (2009), llevan a replantearse las formas de planificación del recurso hídrico, pues si bien existen instrumentos de participación sobre el manejo ambiental que involucran a la población local para abordar dichas pro-blemáticas, no han estado articulados, sus acciones se han duplicado (por lo que se desperdician recursos) y no se responde de manera focalizada.

     En ese sentido, cobra relevancia la observación sobre los diversos agentes que han incidido e inciden en las experiencias cambiantes de los paisajes hídricos, pues desde sus interacciones, experiencias, construcciones y significados logran adscribir sentidos y “posibilidades de ser” particulares que llevan a construir y a modelar dichos paisajes como parte de la perspectiva del habitar[5] (Ingold, 1993; 2000), aunque también desde sus formas de relación, prácticas y dinámicas de poder pueden generar efectos contrarios como la contaminación, disminución y calidad del recurso. Razón por la cual, se busca reconocer las distintas valoraciones del recurso y partir de ellas para orientar procesos de planificación y gestión hídrica desde la apropiación social y sustentabilidad del recurso.

     Con respecto a la denominación de Guadalajara de Buga para referirse a la ciudad, al río y al santuario, es de destacar que la expresión Buga deviene históricamente del nombre de las tribus que habitaban la zona, en la actualidad es usada de manera cotidiana por las personas que residen en la zona o la visitan, pues suele indicar el lugar del santuario del Señor de los Milagros. Pueden observarse señalizaciones de tránsito, letreros de puestos de comida, estaderos y restaurantes con su nombre de manera indistinta (“el milagroso de Buga”, “la Basílica de Buga”) y escuchar a quienes pregonan las rutas de transporte en la terminal de buses el anuncio de salida de vehículos que se dirigen al Santuario, aunque solo lleguen hasta dos cuadras de éste (“Basílica… Basílica”) (Diario de campo, 9 de julio de 2018).

     De esta manera, su denominación se convierte en imagen iconográfica de lo religioso que extiende sentidos y significados y se materializa en la basílica, en las celebraciones religiosas, peregrinos/devotos, turistas, comerciantes (formales e informales), habitantes, transeuntes y población flotante quienes diariamente convergen en la zona desde sus múltiples agenciamientos (Latour, 2008).

     Ahora bien, el río que atraviesa la ciudad (de oriente a occidente) lleva la misma denominación de ésta, aunque según fuentes históricas, se le denominaba río de las Piedras por las muchas que arrastraba (Bonil, 2003; Valencia, 1997; Tascón, 1938). Su referencia como lugar donde se apareció el cristo dio origen al santuario pero también ha dado cuenta de linderos y señalizaciones durante las distintas fundaciones de la ciudad.

El río que los españoles llamaron de las Piedras —por muchas que arrastra, como ningún otro río—, y que hoy llamamos Guadalajara —en memoria del antiguo nombre de la ciudad—, desciende de la Cordillera Central de los Andes y desemboca al valle del Cauca, por entre las dos lomas o pequeños cerros denominados El Molino y El Derrumbado. Al desembocar al valle y seguir en dirección de oriente a occidente para tributar sus aguas al caudaloso Cauca, formó un ancho lecho, sobre el cual se levanta hoy la ciudad de Buga, en el punto preciso en donde más se estrecha el valle del Cauca (Tascón, 1938: 66).

     En ese orden de ideas, se aprecia una estrecha relación entre el río, el santuario y la ciudad que va a incidir en el desarrollo de la misma en el transcurso de diferentes momentos de cambios socioculturales, además, marcará constantemente producciones y transformaciones en sus paisajes hídricos como parte de las constantes disputas de poder entre múltiples agentes.

Tras las aguas sagradas:
representaciones de los paisajes hídricos en Buga

Una lectura de los paisajes hídricos permite reconocer el recurso agua como agente fundamental que transversaliza y modifica continuamente procesos socionaturales, pues en el convergen múltiples dinámicas y relacionamientos entre humanos y naturaleza que dan cuenta de sus usos, flujos, prácticas de poder y de los significados que encarna (Strang, 2019; Karpouzoglou, 2017; López, 2016; Budds, 2010).

     Por tanto, estos paisajes hídricos pueden traducirse en formas de conocimiento, representación y agencia del territorio que evidencian un proceso de entrecruzamiento constante de agentes (humanos y no humanos), que va a depender del contexto cultural e histórico (Latour, 2008; Hirsch y O’Hanlon, 1995). Constituyen una perspectiva que integra la comprensión social y natural del agua (Karpouzoglou, 2017). Por ende, marcan un juego de alteridades materiales y simbólicas que involucran temporalidades (pasado y presente), escalas (global, nacional, regional, local, doméstica), movimientos, conexiones, desconexiones, relaciones de poder y significados de diversos agentes quienes experimentan y construyen formas de habitar (Ribas, 2006; Ingold, 1993; 2000; Hirsch y O’Hanlon, 1995; Tilley, 1994).

     De allí que la revisión de los paisajes hídricos que conforman el río Guadalajara de Buga remita al análisis de diferentes procesos socioculturales que se han dado en el tiempo, y han sido reconocidos y expresados por los acueductos comunitarios, tales como la vocación agropecuaria (centrada en la caña de azúcar y la ganadería) y la tradición turística (centrada en el Santuario del Señor de los Milagros) de la ciudad, cuyos desarrollos económicos han jugado en desmedro de diversos ecosistemas y derivado en crisis hídricas. Razón por la cual, el rastreo histórico sobre el surgimiento de la ciudad y su conformación como centro agrícola y ganadero, constituya un elemento de análisis de dichos cambios sociales y ambientales motivados por la experiencia de constantes movimientos, conexiones o desconexiones entre lugares y las dinámicas de poder de los diversos agentes, quienes se vinculan, resisten o toman distancia entre sí.

     En la misma línea y según lo expuesto arriba, la perspectiva de los paisajes hídricos no se puede desligar de la observación sobre los campos religiosos y turísticos en cuanto a procesos que tienen gran auge en la ciudad por los modos de acumulación ecónomica que involucran al Estado, la Iglesia católica (orden religiosa Redentorista) y diversos sectores públicos y privados. De este modo, los paisajes hídricos asociados a lo sagrado, mítico y ritual presentan múltiples agenciamientos (usos, prácticas, flujos, trazas de movimientos, pensamientos y significados) y dinámicas de poder que generan cambios socionaturales constantes (Latour, 2008), y permiten entender la perspectiva del habitar porque implican tener en cuenta lo pensado y percibido antes de construir, actuar o agenciar (Ingold, 1993).

     De esta manera, se plantea un punto de análisis respecto al papel bidireccional entre las personas, turistas, peregrinos/devotos y los paisajes hídricos, pues en su mutua interacción los producen y transforman. Sus propios procesos de habitar (o transitar), sistemas de experiencias y percepciones develan impactos en el recurso agua; continuos procesos de construcción, deconstrucción y mediación entre sociedad y naturaleza; y dinámicas de poder que sugieren movimientos, conexiones o desconexiones, ciclos, modelaciones y vínculos sociales, económicos, políticos y simbólicos.

Paisajes hídricos asociados a la historia de fundación de la ciudad

     La historia de la conquista de Buga y su respectiva fundación como Provincia, suele presentar diversos datos sobre fechas y lugares que plantean la dificultad para determinar la precisión del hecho. Las fechas de las fundaciones oscilan entre 1551 y 1573 (Bonil, 2003), aunque se ubican cuatro: ciudad de Buga (1554), ciudad Señora o Nueva Ciudad de Jeréz de Buga (1558-1559), o Guadalajara de Buga (1570) o Guadalajara de Nuestra Señora de la Victoria de Buga (1573) (Forero, 2006) (véase Mapa 2).

Mapa Hidrográfico de Buga_Banderas 1944_41

Mapa 2. Fundaciones de Buga. Fuente: Salcedo (1974: 23).

 

     Al respecto, Tascón (1938) expone que los intentos de fundación fueron varios debido a la resistencia indígena de las tribus de los Pijaos y Putimaes quienes habitaban en la zona de páramos a la llegada de los españoles. De igual forma, varios autores señalan que una vez fundada, la ciudad vivió diversos procesos de despoblación ocasionados por las incursiones y amenazas de dichas tribus hasta que lograron ser “conquistadas” y “pacificadas” (Forero, 2006; Bonil, 2003; Valencia, 1997; Banderas, 1944; Tascón, 1938).

     Otra referencia reiterada por los autores es el intercambio de tierras de pan coger y ganaderas entre encomenderos y las diferentes familias de españoles que poblaban Buga, quienes por momentos huían del lugar y luego repoblaban. En ese sentido, las circunstancias de guerra y movilidad constante sugieren una serie de movimientos en la zona que involucra el relacionamiento de múltiples agentes, quienes se resistieron, formaron alianzas, construyeron, deconstruyeron y adaptaron territorios considerados inhabitables (Forero, 2006; Rodríguez, 2005; Bonil, 2003; Valencia, 1997; Banderas, 1944; Tascón, 1938). Dichos movimientos y agenciamientos ubican la ciudad en términos de una zona de frontera donde se disputan tierras, recursos y culturas.

El sitio donde primitivamente fue fundada Guadalajara de Buga era muy inconveniente:  tierra de páramos, los españoles evitaban residir en ella; su excéntrica po-

sición topográfica la alejaba de las vías ordinarias del comercio; edificada sobre la cordillera, carecía de terrenos para ejidos y de tierras fáciles para la labor agrícola. La escogencia de ese sitio apenas es explicable por razones militares: los españoles quisieron hacer de ella un punto de apoyo para la conquista de las numerosas tribus indígenas que poblaban su territorio (1) (Tascón, 1938: 46).

     En esa línea, se reconocen diversas producciones y transformaciones del paisaje por parte de españoles, indígenas y el recurso agua como agentes que interactúan en los territorios. Los primeros destruyeron la población nativa para expropiar sus tierras; fundaron la ciudad en los páramos para que sirviera de presidio o guarnición de las otras ciudades; aproximadamente diez años después de estar en el lugar, se interesaron en trasladarla a la parte plana para aprovechar las riberas del río y gozar de un mejor clima (Forero, 2006; Bonil, 2003; Valencia, 1997; Banderas, 1944; Tascón, 1938).

     Con dicho traslado buscaban garantizar la tenencia de ejidos adaptables al cultivo (huertas, solares) y a la ganadería que pudieran abastecer y consolidar las nuevas ciudades, razón por la cual, introdujeron pastos, tecnologías de drenaje (o secación de pantanos) y abastecimiento de agua a través de acequias; perfilaron vocaciones económicas de acuerdo a las geografías del lugar y formaron grandes latifundios ligados a propietarios tradicionales (Valencia, 1997; Tascón, 1938).

     Por su parte, los Pijaos, Putimaes y Bugas apelaban a la condición geográfica del páramo como estrategia de resguardo y ventaja de movilidad frente a sus adversarios, que bien podían ser otras tribus indígenas que habitaban en la zona (Quimbayas, Gorrones y Calocitos) o españoles (Forero, 2006; Valencia, 1997; Banderas, 1944; Tascón, 1938). Estar en las partes altas de la cordillera Central los libraba de inundaciones y desbordamientos del río Cauca y sus afluentes, aunque bajaban a pescar a la zona plana por dicha abundancia hídrica, además, tenían la capacidad de mudarse de un lado a otro, abandonar y volver a construir sus casas porque “a donde fuesen encontraban tierra fértil, bosques y ríos con abundantes animales” (Rodríguez, 2005: 190).

     Ahora bien, en relación con la agencia del agua, se menciona en las crónicas españolas que la vegetación, el clima y las tierras del páramo hacían inhabitable la zona para españoles y nativos (quienes desarrollaron enfermedades parasitarias), de allí que se consideren los flujos y ciclos del agua como agencias que modifican el ambiente, pero que al mismo tiempo materializan y transforman las relaciones entre sociedad y naturaleza (Strang, 2019; López, 2016). Por tanto, dichos procesos hidrológicos y condiciones ambientales de la época motivaron el traslado de la ciudad de la zona montañosa a la planicie (Valencia, 1997; Banderas, 1944; Tascón, 1938), aunque en la actualidad los riesgos por inundaciones y desbordamientos de ríos y quebradas sigan aquejando a la población local.

     Por otro lado, dichas narrativas sugieren las relaciones bidireccionales entre la naturaleza y las interacciones sociales, puesto que ésta reacciona e influye según los distintos usos y vinculaciones sociales (Budds, 2010). De esta forma, se considera que las crisis ambientales son consecuencia de los relacionamientos desiguales y prácticas de poder manifestadas en el acceso o la exclusión del agua (Budds, 2010). No obstante, persisten formas armónicas de relación transmitidas o heredadas de los indígenas de la zona, quienes “ordenaron el mundo de acuerdo a una cosmovisión que tendía a mantener el equilibrio entre los humanos, los animales, las plantas, el medio ambiente y las deidades que suministran los recursos” (Rodríguez, 2005: 187), relacionamientos que de alguna manera han permitido sobrevivir a los pobladores rurales en dichos territorios.

     Frente a lo anterior, interesa resaltar la importancia que representaban y aún hoy representan estos paisajes hídricos en términos de la biodiversidad geográfica de los territorios, el sentido de sobrevivencia de quienes los habitan (en el pasado y el presente) y las interacciones que se suceden. Del mismo modo, se busca evidenciar que la producción y transformación de los paisajes hídricos va a estar asociada a la diferenciación económica, social y política, característica que se explora en la descripción de cada uno de los paisajes reconocidos por los acueductos comunitarios, en aras de comprender sus representaciones y agencias particulares que pueden limitar y posibilitar acciones en el marco de la gobernanza del agua y la sustentabilidad hídrica.

     Particularmente, en el Valle del Cauca la fragmentación de los latifundios hizo que las haciendas se convirtieran en formas destacadas de producción económica, pues abastecieron de productos agropecuarios a los centros mineros (durante el auge del oro chocoano), a partir de allí, Buga se establece como centro agrícola y ganadero, más tarde, su zona plana se asociará al monocultivo de la caña de azúcar (Valencia, 1997), por lo que la ciudad en cabeza del Estado va a ordenar y regular sus procesos sociopolíticos hacia dichas disposiciones económicas, por tanto, va a determinar la producción y transformación de paisajes hídricos, en función de decidir quién y como tiene licencia para abastecerse del agua.

     En consecuencia, es preciso tener en cuenta desde la perspectiva del paisaje hídrico, las relaciones de poder de los diversos agentes que convergen en dichos procesos económicos, puesto que éstas impactarán en el acceso, control y los usos del agua y derivarán en desigualdades socioeconómicas y políticas (Budds, 2010). Según las narrativas de los acueductos comunitarios, las políticas ambientales tienden a beneficiar a quienes detentan la propiedad de la tierra y el poder económico puesto que han tenido provisiones de agua permanente, por el contrario, se distancian de las realidades de pequeños agricultores y comunidades locales, quienes han tenido que crear de manera histórica estrategias propias de gestión del recurso hídrico, es decir, sin las acciones o participaciones del Estado.

     Tal como lo expone Meschkat (1983), gran parte de las tierras planas de Buga eran zonas de laguna y ciénagas que fueron desecadas para la producción agropecuaria, así que quienes tenían capacidad técnica y económica se apropiaron de dichos suelos, patrocinados o autorizados por la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), entidad encargada de la administración del medio ambiente en la región, lo que deja entrever los aprovechamientos de unos (quienes ostentan el poder económico) en detrimento de otros (comunidades locales y pescadores de la zona). Al respecto, el autor señala que:

En mayo de 1979 el Consejo Directivo de la CVC, dictó una disposición que niega la existencia de una zona pantanosa de la laguna, de propiedad estatal, contrariando el Decreto Presidencial No. 2887 de 1978. Además de ceder tierras públicas en favor de particulares, la norma de las autoridades de la CVC permite a los propietarios de predios contiguos a la laguna usos que conspiran abiertamente con las exigencias de su recuperación y conservación (Meschkat, 1983: 70).

     Frente a ello, los acueductos rurales también han manifestado puntos de vista ambiguos respecto a dicha autoridad ambiental. En ocasiones, la perciben de manera positiva porque les ha brindado apoyos técnicos con respecto a la vigilancia y restricción del acceso de personal a las fuentes de abastecimiento, pero ha faltado seguimiento a dichos procesos que se quedan “estancados” por falta de presupuesto. Por otro lado, afirman que los relacionamientos de la CVC con los acueductos comunitarios están dirigidos a obstaculizar en lugar de facilitar la prestación del servicio de agua potable, pues cada vez les exige más procedimientos para ejercer su labor, como si tuvieran las mismas condiciones de los acueductos municipales.

La Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca dicen: “venga, los apoyamos”. Pero ellos son una entidad más que también trata de colocar esas trabitas ahí, que te exige, que tenés que cumplir con todos los planes de riesgo porque sino te van a sancionar. No es que en sí apoye tanto. Sí hemos tenido apoyo de ellos en algunas ocasiones. Se hizo un trabajo para tratar de controlar el ingreso de personal a la bocatoma porque aguas arriba de la bocatoma hay una cascada que se llama “Cascada la Milagrosa”, esa es la que es turística. Comenzamos a tener problemas con la visita de los turistas y tuvimos un pequeño apoyo de la CVC (comerciante, fontanero y ex presidente de acueducto de la zona rural de Buga, 26 de julio de 2018).

     En ese orden de ideas, pese a las normativas que buscan implementar esquemas diferenciales para la prestación de los servicios de acueducto, alcantarillado y aseo en zonas rurales (Decreto 1898 del 23 de noviembre de 2016), las realidades de los acueductos con respecto a las exigencias técnicas y administrativas han generado procesos de resistencia, como la no adscripción a la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), Cámara de Comercio y Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios exigidas por el Estado (Ley 142 de 1994) y la conformación de redes de asociaciones desde donde han debatido y promovido acciones de exigibilidad de derechos.

     Otro de los cambios socionaturales identificados en la producción y transformación de los paisajes hídricos es la construcción de la carretera Buga-Madroñal-Buenaventura, que convirtió a Buga en eje de comunicación entre Buenaventura y el occidente colombiano, condición que permitió su crecimiento industrial y la inmigración de Europa y Asia, pero así mismo, creó la demanda de viviendas y generó la renovación del casco urbano durante la década de los ochenta (Valencia, 1997). Aunado a ello, el hecho de contar con una de las estaciones del ferrocarril del Pacífico (que todavía la comunica con Palmira, Cali, Guacarí, Tuluá, Zarzal, Cartago y Buenaventura); la cercanía a dos aeropuertos (Palmira y Cartago) y diferentes atractivos turísticos y religiosos (Lago Calima, Hacienda La María, Basílica del Señor de los Milagros y su centro histórico), llevan a que la ciudad se fortalezca como centro estratégico de desarrollo industrial, comercial y turístico.

     En relación con estos atributos de transporte y comunicación, Buga está contemplada como puerto seco según el documento del Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes) 3547 de 2008 (Política Nacional Logística -PNL),[6] y que se complementa con el Conpes 3611 de 2009 (Plan de expansión portuaria 2009-2011: Puertos para la competitividad y el Desarrollo Sostenible) y el Conpes 3744 de 2013 (Política portuaria para un país moderno), en aras de garantizar la competitividad y la consolidación de instalaciones portuarias eficientes.

     Como se ha descrito aquí, diversos procesos históricos, políticos, económicos y sociales han ejercido presión sobre los paisajes hídricos y sus diversos ecosistemas (Budds, 2010), y lo han hecho desde la época colonial hasta la actualidad. Razón por la cual, es preciso evidenciar que el deterioro de las cuencas abastecedoras tiene sus raíces históricas y políticas, y se requiere de estrategias de análisis multiescalares (espacial y temporalmente) y complejas (no lineales) que se distancien de respuestas cortoplacistas y coyunturales. En el mismo sentido, se busca identificar de qué manera esta convergencia de múltiples agencias producen y transforman los paisajes hídricos, reconfiguran órdenes sociales y sus relaciones con la naturaleza y generan representaciones y actuaciones particulares.

     Precisamente, la experiencia de gestión del agua por parte de los acueductos comunitarios ha dejado ver posibilidades y limitaciones frente a dichos procesos de producción y transformación de paisajes hídricos, por ejemplo, las negociaciones con la misma comunidad que habita en la zona (instituciones educativas, padres de familia y estudiantes) para llevar a cabo la producción y conservación del agua (procesos de reforestación, jornadas de limpieza, campañas de uso eficiente y ahorro del agua).

Las sedes educativas a quienes les presta servicio este acueducto (La Magdalena). El rector de la sede hizo propuesta de hacer un trabajo con los estudiantes y fue un logro muy exitoso. El acueducto después de escuchar la propuesta, se aceptó hacer el trabajo con unas condiciones que el acueducto propusiera como cambiar la palabra paseo por salida pedagógica. Videos y visitas que se hicieran a la bocatoma, planta de potabilización, que fueran evaluadas por los mismos docentes. Que se pudiera evaluar en diferentes áreas de conocimiento: matemáticas, naturales, etc., que fueran calificables. […] Hubo muchos padres de familia que cuando se hicieron los recorridos a la bocatoma, a la planta de potabilización dijeron “¿Yo puedo ir?”, claro, puedes ir, de una vez nos acompañas a nosotros, acompañas a tus hijos y conoces. De a dónde y cómo llega el agua y qué procesos hay para que le llegue un agua apta para el consumo humano a tu casa. Y ese fue un proceso muy bonito. La verdad fue supervacano eso y la experiencia muy bonita (Comerciante, fontanero y expresidente de acueducto de la zona rural de Buga, 26 de julio de 2018).

     De este modo, las realidades e historias de los acueductos comunitarios pueden reconocerse como estrategias de sustentabilidad hídrica que aportan en la gestión territorial pero que suelen pasar desapercibidas o subvaloradas en los espacios de planeación política donde prevalecen aportaciones técnicas y administrativas por encima de las valoraciones socioculturales del agua y el territorio.

[…] ellos le exigen mucho a estos acueductos comunitarios. Y no es igual exigirle a un acueducto municipal que tiene 40 a 50 mil suscriptores, a un acueducto comunitario que tiene 20, 50, 100, 200 o 500 suscriptores y la superintendencia de servicios públicos nos mide con el mismo racero a todos. Esto hace que muchos acueductos comunitarios a nivel nacional no estén inscritos. Lo que hace es que en lugar de ayudar a los acueductos nos perjudican. Hay 13 mil acueductos comunitarios a nivel nacional. Y de esos no hay 3000 que cumplan con todas estas normas o reglas. Nos están perjudicando con la mano de información que nos piden a los acueductos comunitarios. Sabemos que muchos acueductos en muchas partes no contamos con las herramientas adecuadas como internet. Lo que nos piden “x” o “y” entidad no lo podemos hacer. Ellos se refieren a la Ley 142 del 94, donde en ese entonces sacaron una cantidad de leyes, normas o decretos y un acueducto comunitario no es capaz de cumplir con todo eso. Porque a una red que preste servicio a 3 o 4 familias le van a exigir lo mismo que a un acueducto municipal (comerciante, fontanero y ex presidente de acueducto de la zona rural de Buga, 26 de julio de 2018).

     En suma, reconocer la labor histórica de los acueductos comunitarios rurales, sus relaciones, movimientos, fronteras y traslapes con otros agentes permite, por un lado, evidenciar las valoraciones, sentidos y significados desplegados para acceder al agua, y de otro lado, apelar a su papel autónomo de gestión que ha sido congruente y armónico con sus realidades locales, pues sus acciones van más allá de las exigencias normativas que tienden a homogeneizar la gestión de los recursos hídricos. Dichas reinvindicaciones valorativas sobre el agua y sus procesos de gestión comunitaria autónoma interpelan formas de gobernanza que se ciñen a disposiciones técnicas y administrativas, y acogen un discurso de lo social que no se materializa en acciones de apropiación y mucho menos en la sustentabilidad hídrica.

Paisajes hídricos asociados al campo de lo sagrado, mítico y ritual

La historia de conformación de la ciudad de Buga se encuentra vinculada al campo de lo religioso a partir de la traza y ordenación de la misma, dado que se destinó un lugar para construir la Iglesia y celebrar el culto bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción de la Victoria, y se nombró la ciudad con la misma denominación: Guadalajara de la Victoria (Banderas, 1944).

     Adicionalmente, sus aguas dieron nacimiento a la devoción del Cristo milagroso, hecho que instauró una experiencia de fe católica entre la población indígena y derivó en la construcción del templo, así como en formas de religiosidad popular que han moldeado desde entonces patrones de comportamiento en la cotidianidad de las personas (Echeverry, 2008).

     Por ende, otra lectura desde los paisajes hídricos puede enfocarse en el surgimiento del culto cristiano al señor de los Milagros de Buga, en tanto plantea revisar cambios socioeconómicos (crecimiento urbano y de la población flotante), ambientales (disminución del recurso y deterioro en su calidad para el consumo humano) y procesos de diferenciación social que resultan entre sus practicantes, quienes construyen formas particulares de relacionamiento con diferentes agentes (santo, fuentes de agua, lugares, personas, peregrinos/devotos) de acuerdo a sus experiencias, narrativas, símbolos y significados.

     La leyenda sobre la aparición del Cristo en las aguas del río de las piedras (hoy río Guadalajara de Buga) suele ser divulgada por pobladores locales, quienes la transmiten oralmente y de acuerdo a sus creencias a peregrinos y turistas. También puede encontrarse escrita en folletos del santuario y en agencias de turismo. No obstante, se resaltan las versiones usadas por Antonio José Echeverry (2008) y Juan Manuel Caicedo Atehortua (2013), quienes parten de la historia y del turismo religioso respectivamente para explicar patrones de comportamiento y consumo que inciden en órdenes sociales y espaciales, pues ambas versiones muestran las formas de habitar o transitar la ciudad que la han caracterizado a través del tiempo.

     Con relación a éstos elementos, se pueden identificar las interacciones entre diversos agentes y las formas en que han modelado los paisajes hídricos a lo largo del tiempo, por cuanto desde sus prácticas, movimientos, narrativas, percepciones y significados alrededor del agua han creado ofertas y demandas turísticas y de los servicios asociados a dicha economía, y tal como lo plantea Caicedo (2013), han generado la relación entre el “creer” y el “consumir” como parte de la industria del turismo religioso donde convergen la Iglesia, el Estado y el mercado.

     De acuerdo a Echeverry (2008), la historia sobre la aparición del santo recurre a la idea de distinción entre pobres y ricos resaltada de manera particular entre comunidades religiosas. Para este caso, es en manos de una anciana indígena que el Cristo se manifiesta, pero la legitimidad de su culto está en manos de los funcionarios eclesiales de la época. A grandes rasgos, la leyenda del origen de la devoción al Cristo milagroso de Buga es retomada por el autor según las siguientes secuencias:

 

1.      Una anónima anciana indígena, ya bautizada, habitante solitaria de una choza situada en una de las orillas del río Guadalajara, (piedras para la época), desea ardientemente tener un crucifijo semejante a los que venían de Quito y, por su alto precio, sólo lo tenían las Iglesias y las familias españolas ricas.

2.      Del producto de su trabajo como lavandera al servicio de dichas familias ahorra los setenta reales que cuesta el crucifijo quiteño.

3.      El día que completa la suma requerida se da cuenta que un antiguo vecino es llevado preso por una deuda de setenta reales que no ha podido cancelar a un usurero español.

4.      Decide pagar la deuda con el dinero ahorrado para la compra del crucifijo.

5.      Días después, lavando en el río, llega a sus manos un pequeño crucifijo.

6.      Guarda el crucifijo en una cajita de madera, la cual coloca en un pequeño altar que ha improvisado en el interior de la choza.

7.      Una noche, acostada, oye unos golpecitos provenientes del lugar donde está guardado el crucifijo. Al revisarlo nota que ha crecido en forma apreciable.

8.      Pasados algunos días, al levantarse, descubre que el crucifijo ha aumentado su tamaño de forma tal, que ahora sus dimensiones corresponden a las de un niño de ocho a diez años.

9.      La india comunica a las autoridades del villorio lo sucedido.

10.   Las autoridades no pueden explicar el origen del crucifijo.

11.   Hecho público el suceso, gente de Buga y sus alrededores convierten la choza en el lugar de devoción al Cristo reputado como “milagroso”.

12.   A comienzos del siglo xvii el Obispo de Popayán ordena examinar la imagen e investigar si en su culto hay superstición.

13.   Los funcionarios eclesiásticos deciden que el crucifijo debe ser arrojado al fuego.

14.   La imagen no arde, empieza a "sudar" copiosamente y a medida que lo hace, sus rasgos otrora toscos, comienzan a perfilarse y hacerse más brillante.

15.   Todos los presentes están seguros que ha ocurrido un milagro.

16.   Los funcionarios de la Iglesia discuten la interpretación teológica de lo sucedido. Una vez definido lo que corresponde, amparan y promueven la nueva devoción.

17.   La anciana india muere. Se discute acerca del lugar donde se construirá la Ermita del Señor de los Milagros. Finalmente se realiza en el lugar donde inicialmente apareció la imagen milagrosa. Una fuerte crecida del río ya había despejado el lugar. El hecho había sido interpretado como señal divina.

18.    La fama del Milagroso de Buga crece cada vez más (Echeverry, 2008: 4-5).

     No obstante, la leyenda tiene variaciones que amplían ciertos detalles como: las fechas de las tres construcciones que han alojado a la imagen, realizadas por deterioro de las edificaciones y temblores; al crucifijo se le llamó por un tiempo el Cristo de las aguas; hubo testificaciones del milagro (“sudoración de la imagen”) por parte de personas distinguidas de la época como la terrateniente María Luisa de la Espada (cuyo nombre corresponde en la actualidad a uno de los barrios inundables de la ciudad); se dio un cambio del cauce del río que dejó seco el lugar donde se apareció, lo que se tomó como señal divina para construir el templo.

     Ahora bien, al preguntar por la historia del milagroso, las personas suelen referir que hubo un tiempo en que la gente llegaba a Buga para llevar agua del río en botellas como parte de la devoción por el Cristo de las aguas. Incluso, mencionan que es muy común observar durante las peregrinaciones al santuario, y especialmente en semana santa, que las personas se dirijan al río para tomar sus alimentos, caminar o descansar por la tranquilidad y frescura que brindan sus árboles y sus aguas.

     Al respecto, se pudo observar que en las orillas del río se han construido zonas peatonales con plantas ornamentales y gimnasios al aire libre como parte de las políticas de desarrollo urbano y regional que promueven espacios para la recreación y el deporte y están instalando este tipo de mobiliarios urbanos en las ciudades. Ya se han observado las mismas estructuras en Bogotá, Cali, Palmira y Jamundí, lo que tiende a develar cierta estética homogeneizante evidenciada en las formas y colores que se utilizan (Diario de campo, 9 de julio de 2018).

     De acuerdo con dichos elementos de la historia asociados al culto religioso, se evidencian relaciones entre agua y sociedad particulares que reflejan una diferenciación social, económica y política materializada en la experiencia turística que bien puede responder a lo religioso, histórico, recreativo y ambiental. Frente a ello, Caicedo (2013) reconoce que los procesos de gestión del territorio van a estar orientados a dicha industria turística y se despliegan una serie de planes y programas enfocados a la conservación de una tradición que subyace todo un motor económico pero desconoce los efectos sobre sus alrededores.

     En ese sentido, las interacciones de los diversos agentes quienes convergen en la ciudad motivados por el fenómeno religioso o las diferentes atracciones turísticas, van a estar mediadas por dinámicas de poder (políticas de ordenamiento territorial enfocadas a la idea de ciudad “religiosa y colonial”), capacidad económica para consumir, y ofertas de bienes y servicios que van a generar impactos socioambientales (reflejados en la disponibilidad y calidad del recurso hídrico), pues todavía falta apropiación social frente al cuidado y preservación del recurso, manejo y disposición de residuos sólidos y mantenimiento de pozos sépticos; no se cuenta con herramientas pedagógicas y permanentes de “cultura ambiental”, seguimiento y monitoreo de focos de contaminación, y las que se presentan suelen responder a proyectos de corto plazo (26 de julio de 2018).

     Ahora bien, el impulso del turismo en la ciudad data de la década de los años veinte con el despliegue del Ferrocarril del Pacífico. Sin embargo, a lo largo del tiempo se han promovido otros espacios naturales (Laguna de Sonso, zona alta y media de la cuenca),[7] históricos (edificaciones consideradas bienes de Interés Cultural como el hotel Guadalajara, el Puente de la Libertad y el Palacio de Justicia) y culturales (asociados a la gastronomía, artesanías, reliquias y artefactos religiosos) que han derivado en el desarrollo económico de la ciudad, pero dejan entrever diversas reconfiguraciones sociales y espaciales a lo largo del tiempo materializadas en los paisajes hídricos.

     Un ejemplo de lo anterior se observa en los balnearios de la zona media del río, donde se han ofertado bienes y servicios turísticos sin una mayor planeación sobre las consecuencias de la interacción humana y no humana, y los diferentes usos de los recursos hídricos, dado que los turistas suelen hacer uso recreacional del río, sumergen animales y arrojan basuras sin tener en cuenta los impactos generados para quienes su principal uso es el consumo.

Que con este turismo desbordado, le está causando problemas al acueducto comunitario porque se meten a bañar allá, meten a su animalito, al perrito, entonces más trabajo, va a ver más consumo de insumos para entregar un agua apta para el consumo humano. Se han pensado en cosas, encerramientos, en fin, pero no se ha tomado ninguna determinación sobre qué hacer (Reunión ampliada de la Junta Directiva de Fecoser, 17 de julio de 2018).

     La principal atracción turística en estas zonas es el río y sus beneficios físicos y espirituales. “De la cascada se escucha que la gente va a bañarse allá porque se curan de no sé qué carajos, pero la verdad es que no sé si eso será verdad o será mentira. Pero la gente sube a meterse allá” (Representante de acueducto comunitario, 17 de julio de 2018). Suelen verse ofertas de turismo que invitan a dichos lugares (página de viajar por Colombia), quienes atienden en restaurantes te recomiendan sitios y te indican cómo llegar, pero poco se aprecian campañas o publicidad que animen sobre la valoración, preservación y cuidado del recurso hídrico (Diario de campo, 17 de julio de 2018).

     En síntesis, los diversos procesos históricos, políticos, económicos y sociales han ejercido presión sobre los paisajes hídricos asociados al monocultivo de la caña de azúcar, a la ganadería extensiva y al turismo religioso, cultural o ambiental. Se reconocen impactos en relación con la sustentabilidad del agua vinculados con el aumento de la población flotante que demanda mayor cantidad y calidad del agua; las inadecuadas prácticas de manejo de residuos sólidos; y los vertimientos (residuales, industriales, agropecuarios y domésticos) que derivan en la contaminación del recurso hídrico. Por tanto, apelar al reconocimiento de las valoraciones socioculturales del agua permite acercarse a formas de gestión más acordes con las realidades locales en tanto se incentivan prácticas propias del habitar que trascienden las políticas globales y prácticas hegemónicas gubernamentales orientadas a la mercantilización del recurso.

Materialidades de los paisajes hídricos: gobernanza del agua y
sustentabilidad hídrica

A nivel internacional, la implementación de políticas ambientales se ha dirigido a entender la naturaleza como una mercancía que circula y se valora en términos económicos, por tanto, busca que la gestión hídrica se adapte y de respuesta a dichas disposiciones políticas y económicas siendo distante de las necesidades y estrategias particulares de las comunidades locales (Strang, 2019; Budds, 2010).

     No obstante, ese panorama se asemeja a los procesos de privatización del agua en Colombia derivados de la Ley 142 de 1994, puesto que su operativización desconoce la gestión del recurso que han realizado históricamente los acueductos comunitarios y los obliga a constituirse como empresas prestadoras de servicios públicos domiciliarios. Solo hasta la promulgación del Decreto 1898 del 23 de noviembre de 2016, se logra un reconocimiento de los esquemas diferenciales para el acceso al agua potable y saneamiento básico en las zonas rurales del país. Sin embargo, su aplicación es incipiente por lo que la gran mayoría de los acueductos rurales todavía desconocen dichas disposiciones.

     En ese sentido, las lecturas sobre el aspecto cambiante de los paisajes hídricos a lo largo del tiempo se vuelven relevantes para analizar los procesos de gobernanza del agua que se han dado en la ciudad, en términos de identificar las múltiples representaciones, materialidades y agencias que inciden en los paisajes hídricos (políticas multinivel, redes o asociaciones de acueductos comunitarios, instituciones públicas y privadas) y sus relacionamientos particulares para la gestión del recurso (alianzas, resistencias, procesos de construcción, deconstrucción y adaptación) que han dado lugar a un proceso de permanente cambio socionatural a partir del cual se han establecido fronteras y redefinido dinámicas económicas y políticas incrementando las desigualdades sociales frente al acceso, distribución, uso, manejo y gestión del agua.

     Frente a ello, las narrativas de los acueductos comunitarios sobre las experiencias cambiantes de sus paisajes hídricos reflejan: valoraciones socioculturales que involucran sentidos y significados sobre el agua; reivindicaciones de sus procesos autónomos de gestión del recurso; e interpelaciones al Estado por las exigencias normativas que surgen de la implementación de políticas globales de desarrollo, pues limitan la gestión comunitaria, generan dependencia y subordinación, desconocen la construcción de ciudadanías y crean “pacientes” del Estado quienes quedan a “la espera” de sus dinámicas burocráticas, del “tiempo político” (Céspedes, 2017; Auyero, 2012).

     Cabe mencionar que las estrategias de gestión hídrica implementadas por los acueductos comunitarios rurales se han destacado por los principios de asociatividad, autogestión y corresponsabilidad que son contemplados como estrategias en el marco de la gobernanza ambiental en América Latina (Hogenbomm, Baud, de Castro y Walter, 2014). De ahí que sus diferentes relacionamientos con las políticas y normativas, con otros lugares (rural-urbano, zonas alta, media y baja) y agentes (humanos y no humanos) impliquen alianzas, resistencias y adaptaciones asociadas a sus experiencias, prácticas, narrativas y significados sobre el agua orientados al equilibrio con la naturaleza y a las dinámicas de cooperación y de trabajo colectivo que contribuyan a una gobernanza resignificada y a la sustentabilidad hídrica.

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[1] En las diferentes fuentes consultadas los datos sobre la extensión, alturas y longitud de la cuenca presentan variaciones. Aspectos que Harold Astudillo (2011) resalta en su caso estudio de la zona, porque encontró diferencias respecto a la extensión de la cuenca, no obstante, se basó en dos fuentes: el informe de 1989 de la CVC (12 600has) y el informe de la Universidad Javeriana —DNP— y Minambiente (16 000) de 1998, por lo que resultan más actualizadas las que retoma Carlos Gabriel Fernández (2009) pues su búsqueda contrasta documentación del año 2007.

[2] La cuenca abarca el total del área urbana que corresponde a un (5.30%) y los corregimientos: Chambimbal, La Campiña (13.23%), El Placer (2.97%), El Vínculo (1.92%), La Habana (18.85%), La María (9.43%), Miraflores (8.68%), Monterrey (6.27%), Quebrada Seca (5.40%), Zanjón Hondo (3.84%), El Porvenir (6.91%) y Pueblo Nuevo (11.03%).

[3] En los corregimientos de: Presidente (5.59%), Guaqueros (0.49%) y Todos los Santos (0.012%).

[4] Del material documental revisado sobre la historia, geografía y descripción de la ciudad, los trabajos de Tulio Enrique Tascón (1938), Pedro Antonio Banderas (1944) y Alonso Valencia Llano (1997) dejan ver claramente la riqueza hídrica de la zona y el análisis de ésta a partir de crónicas españolas, actas del Cabildo y documentos notariales, mientras que las demás fuentes consultadas se limitan a referenciar datos y cifras de la página oficial de la Alcaldía Municipal, donde no se evidencian fuentes verificables.

[5] Término que Tim Ingold (2000) recoge de su definición en alemán asociada a preservar y cuidar.

[6] Aunque dicha proyección económica ha estado latente desde el desarrollo del Ferrocarril del Pacífico (1878) para interconectar al país con el suroccidente colombiano (trayecto Cali-Cartago) (Meisel, Ramírez y Jaramillo, 2014; Arias de Greiff, 2011).

[7] Como parte de los procesos de reparación de las víctimas de la masacre del 2001 en los corregimientos de La Magdalena y La Habana (zona rural de Buga) atribuida a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Además, en el marco de los acuerdos de paz de las guerrillas de las FARC-EP con el gobierno colombiano.