Cristina Oehmichen Bazán (ed.), La etnografía y el trabajo de campo en las ciencias sociales, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2014, 374 pp. ISBN 978-607-02-5632-5

 

 

 

 

Entre el gremio antropológico el trabajo de campo es casi un ritual de paso: al regresar de la primera temporada, ya no se es el mismo, algo cambia en la pers- pectiva de quien vuelve “de campo”. El trabajo de campo es el momento idóneo para poner en uso aquello que se empieza por aprender en el aula, y que ha sido el aporte de la antropología: la etnografía. Hoy en día tanto la etnografía como el trabajo de campo han dejado de ser aspectos particulares del antropólogo y se han extendido a otras disciplinas sociales quienes hacen de su uso parte de su quehacer investigativo. De ese modo, la etnografía y el trabajo de campo tienen un lugar de importancia en la investigación para comprender el desarrollo de las sociedades actuales, e incluso en otras áreas como los estudios de mercado, los estudios soci- opolíticos y la consultoría.

La etnografía sólo se aprende de una manera: al hacer etnografía; esto es, en contacto directo con el campo de estudio, en temporadas de trabajo de campo y desde luego en constantes reflexiones sobre el mismo. Esto último es parte del libro que se reseña: La etnografía y el trabajo de campo en las ciencias sociales, de Cristina Oehmichen Bazán (ed.), UNAM, México, 2014. La obra se compone de tres partes (El investigador y el sujeto de la investigación; Etnografía y perspectivas de género y generación; y Etnografía: aspectos metodológicos) mismas que contienen en total 14 artículos donde subyace la experiencia del investigador en sus avatares de trabajo de campo.

La primera parte comienza con el artículo “De la encuesta clásica a la investi- gación participativa en la Sierra Norte de Puebla (1969-2009)” de Pierre Beucage y Pedro Cortés Ocotán. En el mismo se muestra el tránsito de las formas de investi- gación clásica a las contemporáneas donde los individuos que participan de la investigación dejan de ser meros informantes y se convierten a mismo en parte de la indagación, de una etnografía colaborativa. De esta manera, es que Pierre Beaucage, uno de los autores, narra los paradigmas en los que ha participado a lo largo de cuatro décadas en la Sierra Norte de Puebla. En su primer momento, reconoce que la manera de realizar su trabajo de investigación se situaba bajo el esquema del experto que emite un resultado y previene los cambios; no obstante, a su regreso décadas después encontró que tal aseveración no se cumplió, sino que encontró nuevos actores y relaciones sociales. De esa manera, con el interés de


 

desarrollar una investigación al respecto, encontró fuertes cuestionamientos que implicaban un cambio de papel en las relaciones investigador-investigado: “¿Para qué necesitamos antropólogos extranjeros?”, “Estamos hartos de ser informantes de antropólogos. ¡Queremos escribir los libros!” (Beaucage y Cortés, 2014:35). El resultado de esta colaboración posibilitó mejor los instrumentos metodológicos y considerar aspectos culturales que fuera de ello no se hubiera podido hacer. Como consecuencia enriqueció la etnografía y generó relaciones más equitativas en el trabajo de campo, donde los actores locales también son productores de conoci- miento antropológico.

El segundo artículo “Reflexividad, interpretación y colaboración en etnografía: un ejemplo desde la antropología de la educación” de Gunther Dietz y Aurora Álvarez Veinguer, se adentra en el enfoque colaborativo, dialógico y participativo de los individuos que habitan los espacios regionales de Veracruz. Al tomar como ejemplo el trabajo desarrollado por la Universidad Veracruzana Intercultural, los autores señalan el cambio de paradigma que tuvieron que atravesar para hacer de su propuesta colaborativa un modelo que integrara las realidades de los habitan- tes, y que no se situara sólo a partir del modelo occidentalizando donde el conocimiento es llevado por actores foráneos. Es bajo este cuestionamiento que en la década de los ochentas a partir del giro reflexivo en las Ciencias Sociales los papeles de quienes participan en la investigación toman un cauce diferente: “la reflexividad se comienza a concebir como un proceso que debe traspasar de forma transversal toda la investigación, desde las relaciones con las personas investigadas, las propias presencias/ausencias del investigador, las técnicas y herramientas a uti- lizar […]” (Dietz y Álvarez, 2014:59). Bajo este enfoque es que los autores de- scriben el trabajo que implementaron en el desarrollo de la oferta académica que ofrece la UVI así como los resultados que ha obtenido en colaboración con los habitantes de las regiones sede. Más allá del proceso que los autores detallan es importante mencionar que este modelo colaborativo permitió generar un nuevo sujeto que sale del marco del mero “informante” y se sitúan como actores region- ales que participan en las distintas fases de investigación. Bajo este enfoque no se trata de llevar el conocimiento a esos lugares, sino que tales lugares, lejos de los espacios que concentran el conocimiento, se vuelven productores de conocimientos bajo sus propias lógicas, y que ha demás se ha visto complejizado por una serie de cambios generacionales, de género, de búsquedas de nuevas identificaciones y derechos sociales de los que anteriormente eran renegados. Con ello un nuevo sujeto que demanda su participación, de modo que “cuando hablamos de colaboración, estamos mirando en la dirección que apunta a la búsqueda de una etnografía que nos permita cointerpretar, transitando, en la medida de lo posible, por la conceptualización, coproducción de datos, coanálisis, coescritura, coautoría, etc” (Dietz y Álvarez, 2014:81).


 

El tercer artículo de Luis Reygadas, Todos somos etnógrafos. Igualdad y poder en la construcción del conocimiento antropológico”, plantea una pregunta principal sobre la cual gira su artículo: “¿podríamos decir que todos los hombres y todas las mujeres somos etnógrafos?” (Reygadas, 2014:91). La respuesta afirmativa que elabora el autor tiene matices que explica a lo largo de su trabajo y que per- miten analizar la relación que los antropólogos han tenido con los individuos con quienes trabajan en sus etnografías durante el trabajo de campo. Reygadas parte del hecho de que todas las personas tienen igualdad gnosoelógica para aprehender de alguna u otra manera la realidad donde se insertan, sin embargo: “‘todos somos etnógrafos’ no quiere decir que todas las etnografías o todos los conocimientos de tipo etnográfico sean iguales. Una cosa es la igualdad gnoseológica básica que existe entre todos los seres humanos […] y otra cosa son las inequidades epistemo- lógicas realmente existentes” (Reygadas, 2014:92). Lo anterior lo lleva a discutir la manera en que se han producido algunas etnografías de las cuales distingue dos principales modelos: el colonial y el alternativo; el primero con base en la posición jerárquica del investigador, el segundo en la búsqueda de una posición más hori- zontal. De esa manera el autor señala algunos ejemplos que ilustran algunos pun- tos positivos y otros críticos que tienen las diversas etnografías, tales como la experiencia en campo de Franz Boas, la antropología militante de los sesentas y setentas, la antropología posmoderna y las epistemologías del sur. En ellas esta- blece sus puntos frágiles para después pasar a su propuesta, una “etnografía colaborativa con igualdad gnoseológica”, en la que:

 

[…] aquellas colaboraciones en las que se reconozca que, en lo esencial, todos los hombres y mujeres somos etnógrafos(as), que todos podemos producir conocimien- tos antropológicos, sin que el grado de profesionalización, el origen étnico, la clase social, el género o cualquier otra distinción otorgue virtudes o defectos cognitivos a priori, lo que se traduce en que todas las formas de conocimiento y los saberos pro- ductivos por todas las personas que intervienen en el proceso son reconocidos como valiosos, al mismo tiempo que todos son problemáticos, por lo que todos deben es- tar sujetos a la crítica y la vigilancia epistemológica […] (Reygadas, 2014:103).

 

De ese modo dentro de su propuesta Reygadas establece una serie de caracte- rísticas que debe contener esta etnografía: el reconocimiento de los individuos que colaboran como personas, y no sólo como informantes deslegitimados del saber científico; el trato como “seres humanos” que se le debe brindar a los individuos que están inmersos en el proceso de investigación, y no sólo personas que se mani- pulan o a las que se les paga o engaña para obtener información; la validez de todas las formas de conocimiento, incluso aquellas que están fuera de las formas de pensar y actuar del investigador; la inclusión equitativa de “los antropólogos nativos”, que ponderan su trabajo como una forma de conocimiento principal, y


 

no meramente testimonial; y desde luego el reconocimiento y cuestionamiento de las relaciones de poder que se reproducen en el trabajo de campo y en el quehacer etnográfico. Finalmente, y no por ello menos importante, Reygadas establece que si bien todos pueden llegar a ser etnógrafos, de igual manera están expuestos a la vigilancia epistemológica en aras de construir un conocimiento que pueda some- terse a la crítica constante.

En el siguiente capítulo “Tepoztlán: comunidad revisitada, invención de la tradición y movimiento etnopolítico”, Ana María Salazar Peralta presenta algunas reflexiones en torno a su trabajo de campo realizado en un municipio morelense en un contexto de larga duración que empezó en 1983 y concluyó en 2010, tiempo que le permitió observar el desarrollo de tanto de procesos locales como otros devenidos de afuera que transformaron las condiciones de Tepoztlán y que tuvie- ron consecuencia para la identidad de los habitantes así como en la génesis de movimientos sociales de reivindicación étnica. Para la autora, desarrollar por un tiempo prolongado la investigación posibilitó ampliar nuevos temas según las coyunturas que se presentaron así como incorporar distintos ejes de análisis que se requerían explicar los acontecimientos sociales a lo largo de cerca de treinta años, lo que “permitieron completar el rompecabezas de una realidad social que, vista desde la sincronía, sería imposible comprender o bien sería sólo parcialmente co- gnoscible” (Salazar Peralta: 2014:133). De ese modo, su trabajo de campo de larga duración permitió observar la emergencia o constitución de un sujeto colectivo inmerso en distintas problemáticas en el tiempo.

Con el artículo “Etnografía en dos tiempos” de Ana Bella Pérez Castro, se cierra la primera parte del libro. A diferencia del artículo que lo antecede donde el trabajo de campo se desarrolla en un largo periodo, Pérez Castro se centra en desarrollar su etnografía en dos temporalidades en un poblado al sur de Vera- cruz, la primera en la década de los ochenta y la segunda 25 años después. Así, la autora ilustra con su buen talento narrativo su primera incursión en el campo, describe el viaje como el punto de partida del trabajo de campo que implicó el abandono del hogar para ir a “otro” lugar, y con ello observar una otredad a través de las personas, los escenarios, las formas de vestir y de actuar, todo ello elementos que empezaron a provocar el “asombro”. Asentada en el municipio donde realizó su trabajo de campo, Pérez Castro se dedicó a observar las prácticas que envolvían a los grupos humanos que habitaban ese espacio, por lo que desar- rolla diversos tópicos que reconstruyen en lugar mediante la mirada del etnógrafo, desde el espacio público, la religiosidad popular, la educación, el uso del tiempo social, el comercio, las prácticas de salud y las relaciones entre otros. Esta propia interacción, a decir de la autora, permitió replantear las nociones teó- ricas y conceptuales aprendidas en el aula, ya que “[…] el trabajo de campo trans- forma, enriquece o nos hace desecharlo [a los conceptos], pero también las nuevas


 

lecturas y las atinadas observaciones de los que guían el trabajo obligan a ver lo que antes no vislumbrábamos […]” (Pérez Castro, 2014:156). Posteriormente la autora toma el ejemplo sobre el papel que desempeñan los brujos y curanderos para dar cuenta de esta etnografía en “dos tiempos”, en la cual señala los cambios que acontecieron en un periodo de tiempo caracterizado por el paso de una economía semi-industrializada y campesina a una de remesas, y con ello las nuevas prácticas que se deben adecuar a un contexto marcado por la migración a los Es- tados Unidos, en el cual menciona:

 

Comparando el antes y el ahora, puedo decir que antes, cuando los niños salían a jugar al monte se exponían al espanto de chaneque o jurado de duende. Cuando ello sucedía, las madres […] recurrían a doña Gabina para que los curara […] Hoy, las actuaciones de Seferina se orientan sobre todo a apoyar a los emigrantes que in- tentan cruzar frontera internándose por el desierto y buscando llegar a salvo a los Estados Unidos (Pérez Castro, 2014:164).

 

Finalmente, la autora recuerda la importancia de la “capacidad de asombro”, lo que permite cuestionar la realidad y buscar las respuestas necesarias, mismas que la orientaron a transitar de una mirada marxista en la década de los ochentas y donde su preocupación era encontrar la conciencia de clase, a entender, en su posterior visita al campo, los usos ideológicos de los aspectos simbólicos.

La segunda parte del libro da comienzo con el texto “La etnografía y la pers- pectiva de género: nociones y escenarios en debate”, de Patricia Arias. En el texto la autora analiza las transformaciones que se suscitan al interior de los grupos domésticos campesinos y el modo en que la etnografía permite o contribuye a escapar de nociones clásicas sobre ellos y observar con un enfoque de género las valoraciones que las mujeres hacen al interior de ellos, sobre todo en contextos de migración. La perspectiva que utiliza la autora ubica a la unidad doméstica como “un ámbito de cambios, dinámicas y conflictos de género que es preciso detectar y analizar […]” (Arias, 2014:176). Bajo esta noción es que la autora cuestiona el modo de hacer etnografía sin “distinguir personas ni jerarquías; sin detectar tensiones de conflictos; sin captar las relaciones de poder y las sanciones a las que estaban ex- puestos los diferentes miembros de los grupos domésticos” (Arias, 2014:179). En el caso que a la autora le interesa señalar, la etnografía utiliza permite cambiar el modo de observar a las unidades familiares, de modo que percibe los dar cuenta de las transformaciones de los roles que tradicionalmente se les eran asignadas a las mujeres en los contextos campesinos y de migración:

 

“[…] ya no podemos ir a hacer trabajo de campo con certezas acerca de los meca- nismos, las formas y los sentidos tradicionales de la solidaridad y colaboración den- tro de los hogares campesinos. La solidaridad, la colaboración, los compromisos


 

entre cada uno de los que viven en una casa y a lo largo del tiempo es una interro- gante […]” (Arias, 2014:183).

 

Es así que subraya la manera en que las mujeres que deciden migran han tomado tal decisión de modo personal y autonomía e independencia, aunque no por ello exentas de cuestionamiento de sus unidades familiares debido a la pers- pectiva patriarcal aún determina muchas de las conductas de la sociedad. Final- mente, Arias señala una serie de elementos útiles para pensar y trabajar en el trabajo de campo, y para realizar un mejor trabajo etnográfico en estos contextos de cambios sociales: es menester dejar la idea de colectividad y abocarse por en- tender y explicar los comportamiento de los miembros que componen los grupos domésticos; es menester insistir en que las mujeres tomen la palabras y que reflex- ionen en torno a sus propias experiencias; elaborar historias de vida de lo que ellas dicen sobre mismas, y no de lo que otros dicen sobre ellas; incluir en el trabajo antropológico distintas generaciones de mujeres; superar los discursos “familiaris- tas” en las cuales han sido socializadas las mujeres y ponderar sus intereses y pre- ocupaciones; realizar diálogos y entrevistas en espacios ajenos a las unidades domésticas para evitar la presencia de cualquier relación de poder entre los miem- bros de los grupos domésticos; observar las prácticas cotidianas de las mujeres; no realizar grupos focales; y, mantener la práctica de escribir día a día en el diario de campo, revisarlo constantemente y reflexionar en torno a lo que se escribe.

El siguiente trabajo, “Economía política feminista e interseccionalidad: retos para la etnografía”, de Marie France Labrecque, plantea la manera en que los cambios en las sociedades que los antropólogos estudian perciben también giros metodológicos, de perspectivas, etnográficos y, sobre todo, un trabajo de campo a profundidad. De esa manera la autora menciona algunos de los proyectos en los cuáles ha trabajado, sus perspectivas teórico-metodológicas, así como el enfoque de economía política y del feminismo de la interseccionalidad, que cuestiona la ho- mogenización de las mujeres al partir de la complejización de las identidades y desigualdades sociales que operan en las categorías como sexo/género, clase, raza y cuerpo, mismas que interactúan en la producción y reproducción de las desigual- dades sociales (France Labrecque, 2014:201-202). Tal perspectiva usa distintos niveles o escalas de análisis, y la ejemplifica con base en un estudio sobre la mi- gración temporal de mayas yucatecos a Canadá, en el cual detalla la manera en que se articulan las categorías que operan en la desigualdad hacia las mujeres. Para la autora, este trabajo a escalas no podría desarrollarse sin un buen desem- peño etnográfico donde el trabajo de campo constante es necesario.

En el siguiente artículo, “La etnografía con niños”, Citlali Quecha Reyna abre una importante discusión en torno a los niños a quienes pocas veces suele encon- trarse en etnografías —aunque cada vez es más recurrente encontrar tesis universi-


 

tarias al respecto—. La autora empieza por reconocer en los infantes una capaci- dad de agencia que los sitúa como sujetos sociales y no sólo al margen de procesos que desenvuelven a la sociedad. Tal perspectiva, señala la autora, tiene su génesis en el reconocimiento y la visibilidad que en las últimas décadas han cobrado los niños y niñas como sujetos de derechos, lo que también abrió un debate dentro de las ciencias sociales cuyos enfoques han ido complementándose en aras de con- struir un buen acercamiento metodológico hacia los niños y niñas. En este último ámbito, la autora realiza un recorrido de los aportes que diversos autores han realizado sobre el tema, señala las posiciones y/o enfoques que han tenido algunas escuelas hasta llegar a la sociología de la infancia, misma que busca “[…] recuperar la voz y participación infantil, puesto que la práctica generalizada era prestar atención a los niños en tanto integrantes de una familia, olvidando otros contextos de integración […]” (Quecha, 2014:221). No obstante, la misma autora señala la importancia de considerar el marco familiar donde se desenvuelven las relaciones entre pequeños y adultos. Posteriormente, Quecha dedica sus reflexiones a detallar los enfoques con los que se han abordado a los niños, y en la parte final de su artículo detalla su pesquisa en el marco del fenómeno migratorio de la población afrodescendiente de la Costa Chica de Oaxaca donde el trabajo de campo le per- mitió observar las particularidades que definen a esta infancia sin las figuras pa- rentales, de modo que la autora menciona la importancia de la interacción cotidiana con los niños, talleres con los infantes, entrevistas abiertas y semi dirigidas a niños como a adultos, observación en los espacios escolares, su relación con los abuelos, entre otros temas. Un aspecto en su trabajo de campo que destaca la autora son las emociones que invaden a los pequeños y que están presentes en la manera en que producen significados reflexivos sobre su realidad, tal aspecto, reconoce, es una veta poco explorada en los estudios sobre migración. Finalmente, indica que el proceder de los antropólogos en campo debe cambiar al tratarse de infantes, adecuarse a sus propias lógicas de interacción y entender el modo en que desarrollan su papel como sujetos sociales, de modo que éstos “[…] más que suje- tos de atención, son sujetos de derecho y, por lo tanto, personas con capacidad de agencia, nuestra forma de acercarnos a ellos en el terreno debe cambiar” (Quecha, 2014:234).

La segunda parte del libro concluye con el artículo “Mi llegada al paraíso. Una etnografía entre pandillas” de Aurora Zavala Caudillo. Se trata de un texto ejem- plar en la medida que la autora narra los avatares del trabajo de campo, su modo de incursionar, los imponderables y el rapport, elementos de los cuales no siempre se reflexiona en el proceso investigativo debido a que se quedan en lo anecdótico. Al centrar su estudio en la ciudad de Cancún, “el paraíso”, Zavala indica al lector las fases que siguió en su trabajo de campo, mismo que al tratarse de una situación compleja, entre pandillas y en medio de un contexto de violencia, la autora se


 

relacionó con distintos actores para llevar a buen término su tarea investigativa. En el texto narra desde la presentación con autoridades que tuvo que realizar por cuestiones de seguridad personal, su cercanía con asociaciones que trabajan con estos jóvenes y, el acceso directo en las pandillas con sus interlocutores, con respec- to a esto último, señala:

 

Tomo distancia del concepto de informante y me ubico […] en la figura del interlo- cutor, como aquel sujeto con quien yo, como etnógrafa, establezco un vínculo social cara a cara; la mirada y posición que asumo para develar la realidad y explicarla se sitúa en la interpretación. Así se establece un giro en una relación dialógico y dialéc- tica con el sujeto, toda vez que no se trata de un sujeto proveedor de evidencias, sino de un intercambio de información y de aprendizajes (Zavala Caudillo, 2014:247).

 

De esa manera la autora narra al acercamiento a dos de sus interlocutores a partir de un acercamiento franco y constante, donde la etnógrafa aprendió los códigos de tal sociabilidad, incluido los riesgos de trabajar en un contexto de vio- lencia, que le permitieron observar, escuchar, preguntar y participar en la pandi- lla. Finalmente, Zavala Caudillo reflexiona en torno a su condición de mujer en tal particular medio, que la llevó a suscitar algunos episodios de vulnerabilidad, lo que la lleva a mencionar que los antropólogos a pesar de su condición de sujetos de que investigan no escapan de los problemas de la sociedad debido y que también pueden verse inmersos en el momento en que realiza su trabajo en un contexto de riesgo.

La tercera parte del libro comienza con el texto “Coordinadas metodológicas. De cómo armar el rompecabezas”, de Jorge Durand, en el cual se enfatiza la idea de explicar el proceso de investigación como si se tratara de armar un rompecabe- zas, es decir buscar las piezas necesarias en el campo y encajarlas adecuadamente para lograr tener una imagen general. Para lograr ello, menciona el autor, se requiere una idea clara de lo que se pretende realizar, lo que implica desarrollar una pregunta de investigación con su potencial hipótesis, así como ciertas coor- denadas de las que el autor sugiere cuatro en particular: territorial, temporal, temática y teórica. A tales coordenadas se le suman una la necesidad de definir al “sujeto” que se investiga y que marca la perspectiva del análisis ya que se vuelve el punto central de las coordenadas. De ese modo, el autor desarrolla y problemati- za la manera en que se acomodan las piezas del rompecabezas, y termina al se- ñalar la necesidad de poner punto final al documento, establecer los límites de llegada y abrir nuevas líneas de interrogación para futuros trabajos.

El segundo trabajo, “La etnografía entre migrantes en contextos urbanos de destino”, de Cristina Oehmichen Bazán, se centra en reflexionar sobre la experien- cia de trabajo de campo con migrantes. Para ello, la autora enfatiza en algunos elementos que sirven para orientar la investigación, a saber: los sujetos, la acción


 

de los sujetos y el contexto de la investigación. En cada uno de ellos señala algunas coordenadas que resultan útiles para todo aquel que empieza a realizar trabajo de campo. Posteriormente se centra en los tipos de observación, una que considera indirecta y otra directa o participante, no sin antes señalar que “la observación puede adoptar formas distintas en función de variables tales como la posición del investigador o investigadora en el escenario que estudia, los fenómenos en concre- tos que analiza y los supuestos teóricos de los que parte” (Oehmichen, 2014: 291). Con respecto a la observación señala que en todo proceso de indagación en el campo es importante que los actores a quienes se observa y estudia puedan reconocer fácilmente al investigador, lo que la lleva a poner en práctica durante el campo una ética de trabajo para no engañar a la gente, proporcionar información falsa o bien grabar sin su consentimiento. Finalmente la autora señala tres aspectos importantes en el proceso de la investigación: la importancia de las redes sociales donde se encuentran los individuos; los distintos escenarios donde sucede la acción de los individuos, es decir sus espacios, horarios u posiciones de interacción; y, los puntos a favor y en contra de las delimitaciones de la investigación.

El tercer artículo de esta parte, “[Per]Siguiendo informantes en terrenos move- dizos. Una reflexión a partir de una experiencia etnográfica con migrantes por amor”, de Jordi Roca Girona, es un texto en tanto novedoso para el trabajo etnográfico clásico debido a que usa las nuevas tecnologías de la información como modos de observación para estudiar lo que llama migraciones por amor, es decir, parejas, uniones matrimoniales mixtos o binacionales que se propician mediante agencias especializadas entre diversas partes de Europa y, en particular, España. A lo largo del texto describe cómo a partir de 1990 aparecen este tipo de fenómenos, mismos que para la entrada del nuevo siglo han aumentado sus cifras. Por ello resulta importante volver la mirada para analizar tal fenómeno, lo que hace al obtener información tanto de los motivos, el proceso de búsqueda y encuentro, las vicisitudes, el noviazgo y posteriormente la unión conyugal y las relaciones entre éstos. Para ello, el autor plantea la ruta metodológica que dieron forma a su tra- bajo, es menester resaltar la dificultad de elaborar este tipo de pesquisas a partir de nuevos abordajes etnográficos —multisituados o virtuales— que pongan en discusión el paradigma clásico de la etnografía, de ese modo, concluye que:

 

[…] las actuales circunstancias de producción de la investigación y de desarrollo de la sociedad de la información y de la comunicación, el quehacer etnográfico debe redefinir alguno de sus paradigmas clásicos. Esto no debería resultar, por cierto, es- pecialmente problemático, porque está en la esencia misma del método etnográfico ir construyendo la investigación de acuerdo con las circunstancias, imprevistas y cambiantes, que el etnógrafo va encontrándose en el campo (Roca Girona, 2014:316).


 

En el siguiente artículo, “Consideraciones sobre problemas éticos en la antropo- logía de la religión”, Carlos Garma Navarro plantea algunas discusiones en torno a problemas de carácter ético que pueden llegar a presentarse en las investigado- res sobre el fenómeno religioso. El primero tiene que ver con la investigación encubierta, aquella que se realiza sin el conocimiento ni consentimiento de los individuos o la comunidad religiosa que se aborda; en este caso el investigador finge ser converso para obtener información, no obstante atraviesa problemas metodológicos que no se atienden al mantener este perfil, toda vez que para los estudiados representa un engaño y mentira. El segundo aspecto implica la re- sponsabilidad frente a los medios de comunicación, cuando el investigador emite una opinión de experto, lo que implica una responsabilidad frente a las comuni- dades que estudia ya que la agenda de los medios no siempre va de acorde a las opiniones de los investigadores, pues los primeros pueden modificar o alterar la información, lo que pone al investigador en una posición de cuestionamiento. La tercera discusión que plantea Garma Navarro tiene que ver con lo abusos de derechos humanos en los grupos estudiados, situación nada menor cuando el in- vestigador sabe, conoce o ha tenido información al respecto de parte de sus entre- vistados. El autor concluye con la necesidad de crear vasos comunicantes entre el investigador y los estudiados, “permitir a nuestros sujetos de estudio que lean directamente lo que escribimos sobre ellos […] el acto de compartir nuestros escri- tos con los sujetos de estudio puede ser muy importante para aclarar malentendi- dos y mantener una buena relación” (Garma Navarro, 2014:339).

El libro concluye con el trabajo de Gilberto Gimenez y Catherine Heau Lam- bert, “El problema de la generalización en los estudios de caso” el cual discute la relevancia así como las problemáticas que atraviesan este tipo de trabajos en las ciencias sociales. Después de plantear algunas problemáticas y señalar algunas orientaciones teóricas y definiciones en torno a lo que los autores consideran los estudios de caso, se enfocan por presentar algunos ejemplos en torno a la general- ización de estudios de caso: el primero de ellos se remite a considerar la singular- idad del caso que se estudia, por lo que el mismo se explica a solo; el segundo ejemplo implica que la teoría que aborda un caso pueda se extendida a otros casos, de modo que diversos casos puedan ser explicados por tal andamiaje teórico sin- gular; el tercero es la generalización a partir de casos típicos, es decir con “cierto grado de homogeneidad entre los casos de una misma clase, lo que permite gen- eralizar los resultados obtenidos en uno de ellos a los demás de la misma clase o categoría” (Gimenez y Heau Lambert, 2014:356); el cuarto son los llamados casos críticos, aquellos que son importantes en relación a otros o a un problema gener- alizado; el último ejemplo son los casos paradigmáticos, los que son ejemplares para un estudio social.


 

Finalmente cabe resaltar la importancia del quehacer etnográfico y el trabajo de campo para las distintas disciplinas sociales, ello implica un diálogo constante y de reflexión presente con los individuos, las colectividades, instituciones y organi- zaciones que se estudia. Implica también la reflexividad sobre uno mismo, el en- tender que la otredad es parte constituyente de una sociedad plural donde conviven diversas voces, entre ellas las de los científicos sociales.

 

Ariel Corpus

Posgrado en Antropología Universidad Nacional Autónoma de México